Antonio cumplió diecinueve años el noviembre pasado. Pensaba que, después de la madurez impostada y legal de los dieciocho, el año de más le fortalecería. Hasta entonces, le preocupaban todavía los cambios fisiológicos: esa barba que no se prodiga demasiado, la incógnita de los centímetros de margen para estar un poquito más cerca del cielo. Ahora, abocado a lo inexorable, piensa más en su vida hacia dentro. Julia es una entidad intermitente que le aporta alegría pero no le llena. Mario, Pablo y Jesús son unos amigos siempre fieles, pero inconstantes en todo menos en la deriva que les empuja al exceso. Sus padres son todavía unos entes demasiado cercanos para que comprendan la objetividad de su creciente lejanía. Y su hermano Víctor está metido tan de lleno en sus aficiones desmesuradas que no tienen tiempo ya para hablar de modo pausado, como en las noches que se prolongaban mitigando los problemas. Creía que el deporte le salvaría de la quema, pero su equipo va de capa caída. Y le va cansando llegar cada día a las once de la noche, agotado por un esfuerzo improductivo con una mejora probablemente estancada. Antonio siente su vida como una promesa de futuro incumplida.
El otro día, como tantos otros, se refugió en la enorme pantalla de televisión para ver una de esas películas buenas que le permitan entender el mundo. «Hoy es el primer día del resto de tu vida». Pese a la diferencia de edad del protagonista, Antonio veía destellos de analogía (entre otras cosas, porque siempre ha tendido a establecer analogías con las cosas tristes. Ha entrado en Tuenti para ver quién estaba conectado, pero Julia no estaba; sólo había colgado tres fotos de los mejores momentos del viernes por la noche, cuando fue a cenar con Rocío y Esther y otras compañeras de la carrera. Y Mario, en el chat, sólo le contesta incoherencias. Abre iTunes y escucha música trasnochada: voces italianas quizá demasiado rasgadas que le llenan el alma de melancolía: «Lo siento mucho, la vida es así. No la he inventado yo».
Carente de referencias, ha abierto el buscador ha tecleado «Tengo 19 años» y Google, intuitivamente, ha hecho el resto: «…y no sé qué hacer con mi vida». Como tantos otros.
(La foto es de Caín Santamaría.)
Buenas noches, profesor Urbina :
¡Qué fotografía!, capaz de captar la luz cálida que ha quedado tras el concierto mágico nocturno que ha impregnado el lento amanecer frío !. Las estatuas, los bancos, las farolas y los platanus del Espolón, aún están vibrando, y en el suelo nevado aparecen grabadas las huellas de la partitura.
Su autor demostró que la saudade no es sólo cosa de gallegos. Generoso poeta-músico burgalés, ¿aún vuelves -después de todo- a tu Ciudad ingrata?.
Sonata gallega-Antonio José
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¡Cuántas dudas en sus diecinueve años!.
De fondo se escuchaba esta canción, demasiado antigua, …
Jardín prohibido
Él no engañaría. No podría. Habría que escapar de allí. ¿Pero dónde?. ¿No encontraría lo mismo?.
Todo era vacío.
Apagaría el ordenador.
Estudiaría un rato.
Saludos.