Pues sí, ya no sé si soy héroe o villano, decidido o tarambana. Ya he mostrado explícitamente mis querencias, ya desvelé hace tiempo alguno de mis desapegos. Pero hoy ha vuelto a surgir en mí esa vena canalla con la que me mantengo, odiando al mundo y sus circunstancias, a la realidad y a sus circunstantes.
No me gustan las personas que mantienen la sonrisa un segundo más de lo preciso. No me gustan los iluminados, que piensan que todo es jauja menos cuando la responsabilidad les toca a ellos. No me gustan los que dicen que se sienten jóvenes aunque no lo sean, ni me gustan los que se sienten viejos antes de tiempo. No me gustan los que afirman que la belleza está en el interior, porque mienten (relativamente) más que hablan. No me gustan los que dan lecciones magistrales a poco que te descuides. No me gustan los que dicen que lo primero que se llevarían a una isla desierta es un libro cuando no han leído un libro en su puta vida, o lo han hecho de Pascuas a Ramos, o leen cosas que mejor que se quedasen en la litera del barco. No me gustan los que reprimen sus palabras y sus sentimientos. Por regla general y muy pocas excepciones, no me gustan las personas que ven una película y dicen «Prefiero el libro», ni me gustan las personas que les recomiendan un libro y dicen «¿No han hecho una película?». No me gustan los que piensan que correr es de cobardes. No me gustan las personas que tienen horchata en las venas. No me gustan aquellos que levantan un poco el mentón de lado para dárselas de importantes (no, tampoco me gusta el gesto ni lo disculpo cuando se aprietan el nudo de la corbata). Hablando de vestimentas, no me gustan los hiperpijos; tampoco me gustan los «auténticos» que van con cualquier cosa que pillan por esencia y por principio. No me gustan los políticos, y mira que me gustaría que alguno se acercase a lo que creo que la sociedad necesita. No me gustan los que dicen que Internet ha roto con las relaciones personales, y tampoco los que dicen que los niños matarán por jugar a juegos violentos sin mirar primero a la educación que les dan los padres. No me gusta que el mundo de las reuniones grupales se haya convertido en un PowerPoint continuo. No me gustan los cascarrabias ni los meapilas. Y, para acabar (no con lo que no me gusta pero sí con esta entrada), diré también que no me gusta pertenecer a ningún grupillo hasta las últimas consecuencias, porque creo que, al final, siempre hay cierto regusto friqui.
Y para que no todo sea malo, acabaré (como anticipo de otra entrada, que seguro que vendrá) diciendo que me gusta nadar durante mucho tiempo sentido, y sentir la respiración pausada, y pensar en mis cosas mientras doy brazadas, e imaginar que, si nadase lo suficiente, todo podría ser distinto.
(Y la imagen de la entrada es de Brittney Bush Bollay. Y sí, también me gusta.)
Ay, hijo qué misántropo eres… ¿Hay alguien que te guste? THAT'S the question… Besotes, M.
Por cierto, gracias por descubrirme a Ismael Serrano…(muy grande!).
A veces me gusta lo que ayer detestaba y al revés. Es una locura. Me gustaría tenerlo tan claro.
No me gustan los macarras y no me gustan los "peritas". Creo que como norma no me gustan los extremos, pero no me atrevería a decir que en Diciembre tenga los mismos gustos.
Vaya por delante que respeto tus gustos y opiniones, pero pienso que la (i)lógica de la vida nos lleva a querer ser lo que no somos. A los jóvenes nos toca sentirnos viejos para justificar nuestra inconsciencia y a los viejos les toca sentirse niños para encubrir su más que sobrada experiencia .
Por lo demás, completamente de acuerdo. Y sí, eres clasista. Como todos.