El contestador automático tiene fama de aparato incómodo e impersonal. Es frecuente que sintamos una rabia interna o, al menos, una molestia fundamentada cuando llamamos a alguien y se interpone entre nosotros el contestador. Nuestra reacción frustrada es la de colgar violentamente maldiciendo nuestra mala suerte. Pero creo que el contestador automático puede cumplir una importante función social. Ahora que la crisis aprieta y los psicoterapeutas están tan caros, podemos utilizarlo como interlocutor de nuestras filias y fobias, de nuestras neurosis y carencias afectivas.
El requisito previo es disponer de una tarifa plana para nuestro teléfono. El segundo, armarnos de paciencia. El tercero, aguardar agazapados la suerte. Y así, cuando salga el mensaje pregrabado e impersonal de Movistar marcando un número al azar, aprovecharemos para desencadenar nuestra ira: «Hola, grandísimo hijo de la gran puta. Tengo apuros económicos, no llego a fin de mes y estoy del gobierno y de los políticos hasta los cojones.» Si preparamos con premiditación –y, en este caso, necesaria nocturnidad– el asalto a una multinacional que nos avisa de que el horario de atención al cliente es de nueve de la mañana a diez de la noche, de lunes a sábado, diremos: «Estoy en contra del libre mercado y de la libre circulación de las mercancías. Y Fidel y Corea del Norte, la antigua URSS y Ho-Chi-Ming están en vuestro punto de mira».
Como las voces son los registros del alma, esperaremos la llegada de una voz masculina autoritaria y rígida para dejar, simplemente: «Irás al gimnasio, pero tienes una tripa que parece una mochila. Chulo, más que chulo», o, si somos crueles, «Te quedan menos de tres telediarios». Seguramente, a algunos esto les parecerá una crueldad innecesaria, pero no olvidemos que se trata de una terapia nuestra y contra el mundo, una manera infantil y enrabietada de liberar la adrenalina en un grito desgarrado y sólo mitigado por la línea telefónica, que deformará algo nuestra voz y nuestros sentimientos más ocultos.
Y, otra vez, como las voces son los registros del alma, cuando llegue una voz femenina y aterciopelada, con un regusto de melancolía, nos reconciliaremos con el mundo: «Hola, ¿qué tal estás? Hace mucho tiempo que no sé de ti, que no me llamas. Los otoños enfrían nuestros huesos. No confundas la marcha de la vida con la de las estrellas, porque nunca fueron paralelas. No confíes en la simbiosis, ni en la receta de bizcocho de tu madre, ni en nada que no sea un corazón compungido puesto frente a frente. Recuerda que los días son las alfombras rizadas de unos ríos que no pasaron sin mojarnos tiernamente. Si todavía hay un momento de esplendor en esta delgada vida, es el canto de tu voz. Nos llamamos, si eso».
Frente a todo esto, tenemos otro gran enemigo tecnológico: el identificador de llamadas, que nos puede llevar a la cárcel, al odio, a la ignominia. O a los rincones más sinceros de un corazón al que no conocemos. Todavía.
(Imagen de Susan NYC. Entrada surgida al hilo de Ismael Serrano – Mensaje En El Contestador)
Buenísimo. Joder, hay una forma de que no identifiquen la llamada (marcando no se que antes del número del abonado) como me entere voy a poner en practica estas baratas sesiones de sicoanalisis (la que más me mola es la de la mochila-tripa del chulo) Jajajaja, divertida pero divertida de verdad. No podía dejar de imaginar las caras de pasmados de los que escuchasen los mensajes al día siguiente.
Ja,ja,ja… Eso te iba a decir que si dejabas esos mensajes te acabarían encontrando… Lo del mensaje de la "voz aterciopelada" me ha hecho MUCHA gracia, especialmente el toque hogareño de la "receta del bizcocho"… Besotes, M.