Nací en Burgos hace 44 años y he vivido en esta ciudad casi toda mi vida, con un paréntesis en Valladolid para estudiar la carrera. Soy burgalés sin serlo de bandera (porque nunca he sabido muy bien para qué sirven exactamente) y me siento tan orgulloso de sus encantos como como consciente de sus defectos. Sí, me gusta la Catedral y las Huelgas y la Cartuja. Sí, que si Atapuerca y que el Museo de la Evolución Humana. Sí, la morcilla y el queso. Y se me olvidaba el Cid. Que si las dos estaciones: el invierno y la del ferrocarril (un chiste que se ha quedado antiguo, ahora que la moderna estación nos la han mandado a tomar por el culo). Y también sé que es una ciudad provinciana (muy provinciana), entrampada en el estancamiento de todo tipo y deudora de un pasado más glorioso al que sus habitantes se agarran con mayor o menor ahínco.
Digo todo esto antes de que algún burgalés de pro empiece a tirarme los trastos a la cabeza. Hablo desde dentro sin rencores, pero también sin tapujos. Pues bien, vamos al tajo. Las ciudades de provincias han tenido siempre el encanto: disfrazan o velan sus defectos con una vida más apacible, más cercana. Tienden puentes entre sus habitantes, que están enlazados por el conocimiento de las familias a nada que escarbes con tres observaciones, con dos preguntas. Desde hace ya unos cuantos años (al menos así lo percibo), Burgos se ha convertido en algo distinto.
Vivimos con un caos circulatorio digno de ciudades infinitamente más grandes. Coger el coche en hora punta se convierte en un acto temerario. Se ha confundido la necesaria peatonalización de algunas calles con una tortura en la que es francamente difícil que nuestro vehículo llegue más o menos directamente a su destino. Que conste que no soy un usuario obsesivo del coche: cojo la bicicleta siempre que puedo y me dejan, pero cualquiera que use la bici sabe que las cosas han mejorado tanto como se han entrampado. Los carriles para bicis son el reducto para casi todo y los usuarios de tan loable medio de transporte estamos poco menos que demonizados. El servicio de autobuses es pésimo. Para los que no son usuarios habituales de las líneas, coger un autobús en nuestra ciudad se convierte en un galimatías de casi imposible resolución. Los paneles informativos con las llegadas aproximadas de los autobuses son muy escasos y, además, muchas veces no funcionan. Menos mal que en las paradas siempre hay pasajeros informados que te dan una idea aproximada de lo que puede venir y a dónde te llevará.
Las obras están encanallando nuestra ciudad hasta tal punto de convertirlas en algo desagradable. Parece que queremos parecernos a otras ciudades que han convertido la obra pública en algo que está más allá de los ciudadanos. Se empiezan obras sin acabar otras. Sería muy divertido contarles a los foráneos las historias sucesivas de los puentes que cruzan nuestra ciudad. Se levantan los asfaltos de las calzadas y de las aceras vez tras vez sin que los burgaleses encontremos motivo suficiente que lo justifique. Si digo que una pequeña parte de la Plaza Mayor (junto a la Plaza de Santo Domingo de Guzmán) está otra vez levantada muchos pensarán que esto llega a la categoría de cachondeo. Se cierran calles, otras se estrechan, se desvía la circulación en el último momento sin nada que lo anuncie previamente (es muy divertido llegar a tener que dar rodeos por el barrio de Cortes porque no había ni una sola posibilidad de girar hacia algún sitio que no fuera la nada).
Estamos representados por unos representantes que no nos representan. Algunos parece que piensan o hacen pensando en la foto del día de la inauguración ficticia de algo que todavía no será hasta dentro de mucho tiempo. Son los mismos que han aumentado nuestro nivel demográfico a cargo de unas espantosas estatuas que empiezan a brotar como setas: la mayoría de nulo interés artístico; todas muy caras. Igual acaban dando a esos mamotretos derecho al voto para que siga este infierno.
Eso sí, tenemos uno de los más bellos otoños del universo, hasta que decidan llegar al Paseo de la Isla y joderlo punto por punto.
(Imagen de Uriarte de Izpikua.)
a propósito de las esculturas: ni autor, ni artista, ni arte.
según un artista ya reconocido en nuestra ciudad, Rodrigo Alonso, ni son obras de autor ni esconden ningún mensaje. Son, muy al contrario, producidas en "masa" e instaladas en otras ciudades como la nuestra. Algo así como productos de un "Zara esculturas".
Este es el primero de tus posts que he leido porque recientemente, como sabes, he estado en Burgos. Me he reido con tu descripción de las obras pero sobre todo de las estatuas que se prodigan por ¡doquier! Me hicieron mucha gracia. La del paraguas, el señor sentado… en fin, tantas y tantas… Pregunté a FRAN qué significaban y me dijo un nombre muy gracioso, algo como "aquíestoy" pero que significar, no significan nada. Bueno, se habrán gastado los dineros en el escultor que debe de ser un enchufado pero no dejan de tener su gracia para una forastera. Besotes, M.
Amén.
¿Por los siglos de los siglos?
Completamente de acuerdo, no quitaría ni añadiría ni una sola letra.
Buena descripción, ahora que te lo publiquen para el 2016
Buenos días, profesor Urbina:
¡Qué preciosidad de fotografía de nuestro querido Burgos, en otoño!.
¡Cómo no amar nuestra Ciudad?!.
Echaba en falta el enlace del blog en La acequia.
Haré marcha atrás, con tiempo.
Saludos.