Iba a escribir una entrada con este tema hace unos días que entroncaba con otra, titulada «¿Mueren nuestros sueños?». En ella pensaba extenderme sobre el asunto de la muerte de los grandes actores, que dejan huérfana la vida de nuestros sueños. El pasado 29 de septiembre se nos iba Toni Curtis y, con él, se apagaba, una vez más, la posibilidad de ver repetido el sueño de Hollywood. Como tantas otras veces, podremos repetir y repetir los grandes momentos que vivimos no sólo con Con faldas y a lo loco, sino con El estrangulador de Boston, La carrera del siglo, Espartaco, Los vikingos o Trapecio.
La ventaja que tienen los actores, para nosotros, que no somos próximos a ellos, es que podemos verles renacer en sus trabajos. Podemos volver a soñar en el presente gracias al pasado. Pero hay otros acontecimientos vitales acaecidos en las últimas semanas que me han obligado a escribir esta entrada con otro signo muy distinto. Conozco lo que es vivir de cerca la muerte de los seres queridos. Desgraciadamente, el espanto de la muerte me tocó cuando tenía doce años y he pasado, además, por la muerte de mis padres. Es la muerte vivida de cerca (nunca en primera persona, porque esa será la nuestra). Pero decía que en las últimas semanas la muerte se ha cebado con familias amigas. Pese a la edad (o a consecuencia de ella), se nos fue primero el padre de uno de mis mejores amigos. Luego se nos fue Ángel, que era algo más que alguien cercano, porque no pertenecía a mi sangre pero es lo que más cerca está a ella. Los dos eran personas que habían vivido y, por lo tanto, tienen todo el rédito de la experiencia que dejaron en el mundo. A los dos los conocí hace muchísimos años y, por lo tanto, uno tiene el derecho de considerarlos como algo suyo. En las muertes reales sólo cabe el recurso a la memoria y, por supuesto, a la huella profunda que dejaron en la vida de los que vivieron con ellos.
Otra muerte, de la que me he enterado esta misma mañana, es la de una chica jovencísima, que sufrió su enfermedad con un aplomo digno de encomio. Vivía con la ilusión de superarse y no se resignaba a nada. Exprimía su vida con ilusión y no decaía en el empeño de seguir. En este caso, la prontitud de la muerte desgarra por su injusticia y su adelanto a la lógica interna de nuestro reloj definitivo.
La muerte se empeña en demostrarnos en que somos mortales, pese a quien pese y pase a quien pase. Y, ante ella, cuando no hay sueños, sólo nos quedan los recuerdos. Va por ellos.
Lo siento. La muerte nunca llega en buen momento. Ni pronto ni tarde. Unas parecen más injustas que otras, pero en el fondo todas son sumamente crueles por la bofetada de realidad que nos atizán.
Tan cierta, tan demostrada, tan experimentada y cómo tratamos de ignorarla hasta que nos sacude el sopapo.
Ay, Raúl, desde que no te tengo linkeado me pierdo tus interesantísimos posts. Me da una rabia… Ahora me he puesto a leer todos los que me he perdido (han sido bastantes…) y espero comentarte en algunos. Éste me ha causado mucha tristeza por lo que cuentas de las muertes de seres queridos, especialmente, esa joven. Si pudiera yo le hubiera dado mi vida. Besotes, M.
Supongo que lo mejor de la muerte es que, al no saber exactamente cuándo nos señalará con el dedo acusica, ¡nos obliga a VIVIR en nuestro presente!.
(VIVIR escrito en arial 14, mayúscula, negrita y subrayado)