El turista, este año, ha venido preparado. El año pasado se sumergía en el agua de color turquesa con unas escuetas gafas de piscina y dosificaba el aire con la única fuerza de sus pulmones. En esta ocasión, el turista ha cargado desde España con un equipo básico que le ha permitido acechar los vaivenes de las algas y el aleteo de los peces con mayor fortuna.
La inversión ha merecido la pena por varias razones. En primer lugar, porque el turista ha frecuentado el mar con otros ojos, porque ha explorado un fondo poco profundo con exhaustividad, con detalle. En segundo lugar, porque conserva mucho del espíritu infantil que le hace alarmarse ante la serpiente marina que culebrea por la arena, porque le agradan los colores intensos de los peces ente las rocas, porque se asombra ante los bancos formados por cientos de peces. Y, ante todo, porque el buceo es una terapia milagrosa para sus problemas de ansiedad. Bajo el agua, no le queda más remedio que dosificar el aire que le queda y, cuando respira con el tubo, sólo tiene que concentrarse en mirar la maravilla acompansando la respiración.
Este año, el turista ha explorado el mar y no se ha conformado con la vista de superficie. Como dicen, en la superficie marina hay mucha agua, pero debajo hay más. Como en la vida.
(El turista no ha tenido una cámara subacuática, por lo que la foto es, en este caso, un mero adorno.)
Todo muy bien, Koky. Ya te contaré con detalle, ya. Te debo una visita.
¿Cómo ha ido todo? Espero que muy, muy , muy bien