Pulseras, todo incluido, castas. El verano, que era el espacio democratizador de la barriga cervecera y las cartucheras y el pecho caído, ha vuelto a la casta de la pulsera. El turista, este año, lleva dos. Eso significa que tiene algún derecho adicional en el ya de por sí inclusivo e incluyente»todo incluido». El turista ahora, más que mirar cuerpos, mira las muñecas de todo el que pasa. Se da cuenta de que el que tiene una pulsera dorada o plateada tiende a la desfachatez y tiende a tener la mano en alto, mientras que otros pasean por las piscinas con la toalla posada como una toga romana, que no les convierte en patricios, ni siquiera en libertos. La pulsera en un resort es el todo y la nada. La correa de un perro sin más amo que lo que consumes y cuánto pagas y, ante todo, cuánto pagaste.
El turista, por otro lado, ha pasado sus primeros días sin casi ninguna alteración, entre el agua salada y dulce, entre la sombra de la palmera y la sombrilla, entre la verdad y la mentira de todos los paraísos y de todos los cocoteros. Ahora, el turista está tumbado y se cubre del sol con una mano, que vuelve a relucir. Con dos pulseras.