El turista ha llegado sin sobresaltos a su destino. Ha cenado en el hotel y la cama le ha pillado con todo el desfase horario metido en el cuerpo, con un calor pegajoso del que no ha podido desprenderse siquiera con golpes simultáneos de aire acondicionado y ventilador. Ha dado vueltas y vueltas en la cama y, al final, se ha levantado a las tres y media de la mañana. Ha vagado por la nocturnidad de un hotel que, pese a la hora, estaba sombrío pero no muerto. La exploración ha tenido éxito y ha descubierto un bar abierto justo al lado del mar, que había que adivinar más allá de la arena. La temperatura permite ahora que la brisa, al fin, acaricie sin agobios. En el bar, dos hombres borrachos se meten en una conversación existencial con una mujer con un propósito bastante claro y, a la postre, obsceno. Pero la atención del turista, mientras lee a Dickens bajo una luz endeble, se centra en un hombre solitario que permanece rígido en una silla, de la que no se levanta más que para pedir al camarero otra cerveza. El turista ignora si, como él, el hombre sólo lleva despierto un rato o si, por el contrario, está alargando la noche con sus pensamientos inescrutables mezclados con la espuma de la bebida. Cuando ya lleva contadas cinco, sigue levantándose con firmeza y decisión, sin ninguno de los titubeos propios de la ebriedad, sereno después frente a la mano derecha en contacto permanente con el vaso y sujetando el cigarrillo con la mano izquierda e inhalando después el humo como si fuese su tabla de salvación.
Poco más tarde, el turista ha dejado de leer y ha levantado el rostro para que el aire ligero le acariciara la cara. Poco después, se ha producido una situación mágica: cuando parecía que la noche todavía era la reina del devenir horario, las luces artificiales del hotel se han apagado y, a los pocos minutos, el amanecer se hacía visible en la línea de un horizonte perfecto. El turista ha sonreído pensando en la cámara de fotos que tiene a su vera, de la que casi nunca se separa. Y se ha dirigido a la playa para disfrutar de uno de los soles nacientes más bellos que ha contemplado.