Irina ha vuelto. En el fondo, nunca se fue de forma explícita. Se negaba a agitar su brazo como despedida: sabía que volvería una y otra vez, como vuelven todos los meses de mayo a las hojas de los calendarios. Irina se ha rebelado contra el frío y las gotas espesas de lluvia que –ahora mismo– musitan tristeza detrás de mi ventana. Ella conoce el efecto balsámico de sus labios, el contacto de los pétalos frescos contra mi duro cuello, agarrotado de idas y venidas por el mundo, que es laberinto. Irina ha vuelto. Su figura se ha ido estilizando a medida que avanzaba por una calle de losas oscilantes. Me ha mirado con la dulzura más dulce del mundo, me ha sonreído a medias, sin llegar a arquear los labios más que dos milímetros exactos. Ha mantenido sus ojos fijos en mi mirada unos instantes breves. Ahora sé que la primavera no sólo florece con los grados centígrados. Irina ha vuelto en forma de deseo. Con esa forma extrañamente sabia de labios perfectos.
Irina…
¿Volvemos a las andadas? Ya veo que no podeis vivir sin Irina… Besotes, M.
Hay campañas y campañas. (Y sólo hablo de las publicitarias, no de las políticas, ni de las de guerra)