El conocimiento experimentado de la ansiedad, lejos de mejorar la situación del que la padece, la agrava aún más. El primer ataque de ansiedad se experimenta como una sensación agobiante con una muerte cierta: el que lo sufre no da crédito al desorden en cascada de todo su ordenamiento corporal, que parece hacer agua y motiva una pérdida de control sobre lo que nos ocurre. Lo primero que le viene a la mente al ansioso neófito es que está sufriendo un ataque al corazón. Duda de lo certero de sus sensaciones; no controla la respiración, que parece que se desboca; siente intervalos de frío y de calor. Cuando parece que la tormenta arrecia, padece un cansancio extremo que se combina un miedo atroz a quedarse dormido y no despertar.
El primer ataque, cuando pasa, es concebido como una excepción anómala motivada por no-se-sabe-qué. Y, como tal excepción, se piensa que es único, irrepetible. No se concibe una repetición de un acto tan violento y tan cruel: los que te circundan piensan que es una reacción meramente psíquica y –creen ellos– carente de importancia real. Lo que no se comprende desde fuera es que la sensación real del que sufre de ansiedad permanece tan apegada a su conciencia como si fuera cierto. Es un sufrimiento, por tanto, que no sale gratis al que la padece. El mal fisiológico no es el que aparenta, sino otro. El cuerpo desencadena ese conjunto horrible de síntomas porque, de alguna manera, el sistema simpático recibe las señales equivocadas análogas a las de una sensación de gravísimo peligro. Y cuando desencadena estos síntomas, el sujeto los padece con la misma estructura de lo real. Esa conciencia dolorosa de una realidad extrema retuerce al sujeto. Desgraciadamente, es muy frecuente que los ataques de ansiedad visiten con mayor o frecuencia a los pacientes. ¿Lo peor? Saben que les ocurrirá, pero no saben cuándo, ni cómo, lo cual motiva un grandísimo desconcierto. No digamos ya si uno intenta indagar en el porqué.
Desde el punto de vista personal, la ansiedad me ataca por las noches: un poquito después de la cena. Me siento en el sofá y, de repente, llega el infierno. Desde hace unos años, los ataques los vivo y padezco en solitario. El sentimiento de desconcierto es total, porque a veces me encuentro tirado en el suelo, en posición fetal y llorando de miedo. En esos momentos, me siento la persona más desvalida del mundo. Cuando el sistema parasimpático establece el equilibrio perdido, me encuentro con la desorientación del que ha perdido totalmente el rumbo. Me siento como un despojo humano tan débil como para caer y tan fuerte como para no reventar. En una decisión probablemente equivocada, he intentado esquivar los medicamentos ansiolíticos. Me daba miedo pensar que mi equilibrio dependiese de una pastilla sublingual. En el fondo, la cuestión no es sino ésta: ¿pueden lograr los fármacos que el monstruo ataque de nuevo?
No sé cuándo atacará otro vez. He tenido días con más de tres ataques. He pasado semanas sin sufrir ninguno. Pero siempre tienes la certeza absoluta de que, en el momento más inesperado, volverán. Hoy he pasado por dos momentos horripilantes. Y, tras la tormenta, necesitaba objetivarlos. Me siento muy, muy cansado. El ataque ha pasado, pero sigo con todo el miedo del mundo alojado en el cuerpo.
(Imagen de Stathis_1980.)
Vivo en tu infierno amigo,el monstruo se va peri siempre vuelve y nosotros guerreros del siglo 21 estamos agotados por que siempre piensas ¿resistire esta racha,t aconpaño anigo!!!
No existen dos personas iguales, dela misma manera que no son posibles 2 bestias iguales. Si bien debiera argumentar esta frase al revés, lo cierto es que el principio y final de el problema reside en la solucción: la psique de cada uno. Por eso es inutil leer manueles o contrastar vivencias…
Vive con nosotros, es nosotros, y hacemos bien en visualzar en que punto nos encontramos…
Si un león aparece en la puerta de la cocina seguramente experimentaremos una crisis, sin embargo, si el león no se mueve en media hora, a buen seguro el pico de pánico descenderá… y si el león aparece todas las mañanas, jugaremos una minima ventaja. Para el león todos los dias somos nuevos, pero a el ya le conocemos y estamos en casa.
Invitemos a desayunar al león! seamos hospitalarios con nosotros mismos..quién sabe si el felino no será amigo de la siguiente bestia que nos visite…
incondicionalmente…chea
La manera que tiene la psique de comunicarse con nosotros es tan animal, tan básica, tan prehistórica que nos desborda como seres humanos y como seres científicos que creemos controlar la materia.
No sé ponerme en tú lugar, porque nunca he sufrido un ataque de ansiedad, pero comparto la estupefación y el miedo a la pérdida incontrolable de mí mismo como persona.
Somos humanos. Somos demasiado conscientes de ser humanos y no queremos perdernos la vida sin disfrutar de nuestra humanidad. Pero el animal que fuimos duerme con un ojo abierto y odia al humano que comparte entidad física con él.
Mi intención es aportar la visión más humana que se puede dar; la visión filosófica. Hay métodos y medios científicos y sociales para debilitar a la bestia, pero aún no se ha encontrado una forma clara de hacer más fuerte al humano. Estamos probando aún con la sociedad como método, pero cada vez es menos efectiva, por desgracia para todos.
A pesar de todo, tras la tormenta siempre viene la calma. A veces fangosa, a veces limpia y brillante, pero siempre volvemos a ser humanos.
Ánimo y fuerza 😉
Recuerdo a un profesional (?) relacionado con la salud comentándome que los problemas de ansiedad son algo así como un mal menor.
Obviamente, no los padecía.
¬¬
Para quienes leen el texto y lo entienden, valor y al toro.
Uff, he sufrido contigo, querido Raúl (es que lo describes todo TAN bien…) pero quizá, como dice KOKYCID una psicóloga podría ayudarte. Besotes, M.
Conozco a alguién que sufría unos ataques de panico espantosos. "Me estoy poniendo chungo" decía… Sufría tanto él como los que tratabamos en vano de mitigarselos o hacerselos más llevaderos. Probó con los ansiolíticos, pero finalmente fue una sicóloga quién lo ha curado.