Nuestras vidas son los ríos de música callada y de soledad sonora que van a dar en el prado verde y ameno donde cualquier vasallo es bueno si tuviera buen señor. Mientras, por el aire queda un soplo de aliento de las vidas que supuraban las heridas, una vez que se aúnan el pañal y la mortaja. Rosa y azucena son las distancias exactas que median en la competición por tu cabello, con oros bruñidos escogidos en la vena más excelsa. Las mesas se abastecen con más elementos que las vajillas de fino oro labradas, cuando el aire se serena con la hermosura de una luz aún no usada. Los desmayos aportan dicha y los olvidos nunca fueron tan dulces como cuando sabes que puedes pasar las noches pasando páginas de claro en claro, del mismo modo que los días se oscurecen con la turbiedad del sueño, del cansancio y de la imaginación. Algo debe de andar podrido en nuestras vidas cuando se nos ocurre cambiar severas puñaladas por la usura de un mísero reloj, cuando el botín conseguido con la sangre nos atenaza el alma, cuando nuestra vida se resume en un bollo mojado tristemente en una taza de té. Nunca me gustó andar con una patata en el bolsillo de una gabardina, aunque no estuviese caliente, aunque fuera 16 de junio y residiéramos en Dublín. Las flores son reducto del amor, ese ángel terrible que nos obliga a divagar en torno a un mar que nos llena de reflexión y de locura.
Porque la vida, toda nuestra vida, es una nota a pie de página de todas las letras que leímos.
Bonito tratado de armisticio.
Sabias reflexiones. Besotes, M.
Me arrodillo ante todos ellos, pero sobre todo me arrodillo ante tal revoltijo de sangre y palabras que rebosan los poros de la piel. Nosotros aquí perdiendo la cabeza por cuatro palabras que nunca escribiremos y ellos tan grandes como para sonsacarnos alguna reflexión y nuestra más sincera reverencia.
¿Me dejarás poner algún día esta entrada como encabezamiento en el libro de mi existencia? ¿Serás tan … como para cobrarme derechos de autor?