Vivimos deprisa. Tan deprisa como para hastiarnos si no mantenemos firme el pie en el acelerador. Tan rápido como para mantenernos en la nube de apresuramiento que no nos deja bajar la intensidad. Vivimos deprisa por dentro y por fuera. Hemos sido educados para la respuesta rápida, para avivar el ritmo, para ser productivos, para subir rápido. Vivimos tan deprisa como para no saber lo que es vivir de otro modo. Y, cuando nos apalancamos en esa nebulosa, llegan el estrés y la ansiedad (o la ansiedad y el estrés).
Siempre he pensado que es bueno vivir con cierta tensión. La tensión nos obliga a estar alerta, a no perder los reflejos. Nos ayuda a esquivar los golpes y nos enseña a canalizar el chute de adrenalina que necesitaremos en las situaciones salvajes de nuestra no tan civilizada vida. Quizá la clave no consista en evitar el estrés sino en aprender a vivir con él. La solución, en efecto, pasa por no conectar nuestro nervio vital con el pasado ni con el futuro. Pasa por superar los momentos del presente dosificando las dosis y aprendiendo a vivir el día a día acolchándolo con intervalos de calma.
Todavía recuerdo cuando, hace años, intentaba sentarme en semipenumbra en el suelo de mi habitación, con las piernas cruzadas e intentando pausar la respiración mientras cerraba los ojos. No conseguía dejar la mente en blanco ni un mísero minuto. Desde ese momento, me convencí de que algunas personas podían vivir con calma y otras no seríamos nunca capaces de vivir serenamente. Entre los motivos recónditos, probablemente anida un perfeccionismo más o menos insano y un autoanálisis inmisericorde.
Creo que es muy difícil vivir en el mundo actual sin estrés. Anular el estrés sería algo así como volver al mundo calmado de antaño, ese mismo mundo que perseguimos en los días de vacaciones, en los momentos de asueto. Vivir permanentemente en ese mundo no es posible en el mundo de hoy. Todo lo que nos queda es saber vivir con el aliento detrás de la nuca sabiendo que nunca será posible parar del todo, pero sabiendo que ese motor nos puede arrojar al vacío. De nosotros, de nuestro aprendizaje vital, depende que no caigamos en el precipicio.
(Es muy interesante el artículo de Inmaculada de la Fuente en El País, «Vivir en paz es posible». La imagen es de Anna Gay.)
Se vive a diferente ritmo en las ciudades que en las zonas rurales. Los urbanitas nos desesperamos de la parsimonia de los tenderos y la gente que vive en los pueblos. Son dos ritmos distintos. Corremos, corremos para adaptarnos a las necesidades sociales pero no tenemos tiempo de ser para lo que hace falta pararnos un momento y respirar. A lo largo de mi vida he ido constatando que la velocidad con que vivimos se ha acelerado. Caminamos rápido para creer que vamos a alguna parte, pero no lo hacemos, sólo es una impresión. No sé si es posible dentro del sistema productivo vivir de otra manera. Supongo que cada uno va buscando sus propios trucos o escapatorias en el tiempo libre. Saludos.
Yes we can! (vivir de otra manera, sin ese aliento en la nuca de forma continua. Pero como pretendemos abarcarlo todo, siempre tenemos esa ansiedad vital)
El uso de medicamentos es escaso. El yoga, no dudo de su eficacia, o por que no, de cualquier otra técnica, pero eso busca el placer de desconectar, hay más opciones para evadirse. Estrés, ¿qué es el estrés?, que persona no recuerda su etapa de adolescencia cómo maravillosa, amigos, estudios, tiempo libre, es decir, muchas menos preocupaciones que los adultos. Una pesona adulta, sólo por ser adulta, ya tiene responsabilidades, o lo que es igual, un stress contínuo en su día a día por que toda su vida siga su curso sín más problemas que los que ya tiene.
Artículo interesante para que los estudiantes plasmemos nuestras opiniones.
Sí que los jóvenes de hoy en dia vivís en un mundo estresante pero el recurso a los medicamentos creo que es contraproducente. Puede que suavizen el stress pero a la larga dañan otros órganos vitales. Lo mejor es hacer yoga. Dices que lo intentaste pero que no lo conseguiste. Es que tienes que ir a un centro especializado donde te enseñen las técnicas adecuadas. Supongo, porque yo no he hecho yoga en mi vida pero tengo amigos que sí y están encantados. Además, Raúl, tampoco vale la pena que te agobies con el perfeccionismo ni un "autoanálisis inmisericorde". Relájate que la vida son cuatro dias, querido… Besotes, M.