ÉL.- Acabo de escribir un libro y me queda lo más difícil: tengo que buscar citas de la Biblia y de Shakespeare para encabezar cada capítulo.
ELLA.- ¿Las citas son necesarias?
ÉL.- No.
ELLA.- ¿Entonces?
ÉL.- Quiero que el libro parezca bueno. Las citas son la pátina de grandeza.
ELLA.- Yo creía que lo más importante del libro era su contenido.
ÉL.- No, qué va. Eso era antes. Ahora importa que tenga una buena sobrecubierta. En la solapa tiene que poner que actualmente vives en la costa sur inglesa, que tienes mujer (si eres hombre, claro). Y dos hijos.
ELLA.- Lo que más me irrita es la cara de esas fotos. Parece que ser escritor significa ser felices. Yo os imaginaba atormentados.
ÉL.- Eso de la felicidad y el tormento depende de los euros que te adjudiquen con el porcentaje de ventas. Por eso muchos poetas tienen cara de mala leche.
ELLA.- Oye, volviendo a eso de las citas. ¿Me lo estás diciendo en serio?
ÉL.- Totalmente en serio.
ELLA.- Y, ya puestos, por qué no Cervantes.
ÉL.- Porque es español. Habrá escrito una novela cojonuda, pero lo que mola es poner a Shakespeare en inglés como si te supieras las Complete Works de carrerilla. En el caso de la Biblia, no es necesario. Como la gente no la ha leído, no vas a cascar la edición trilingüe.
ELLA.- Siempre he pensado que las citas eran algo así como la virtud de fagocitar el talento de otros.
ÉL.- ¿Y eso quién lo dijo? A mí no se me habría ocurrido. Ja, ja.
ELLA.- Pues no lo he copiado de nadie.
ÉL.- No te lo crees ni tú. Tu mejor amigo es Oscar Wilde. Que te conozco.
ELLA.- Mira, yo tengo muy mala memoria para los chistes y para las frases egregias. Siempre que escucho algo que me gusta intento retenerlo para soltarlo luego en una reunión o en una cena, pero soy incapaz.
ÉL.- Largo se hacía ya, muy largo el cuento tuyo.
ELLA.- ¿Qué?
ÉL.- Nada, son cosas de Benvolio y Shakespeare. Es que estoy haciendo prácticas. En el momento que te descuides, te soltaré que el exilio del mundo no es sino la muerte, una muerte con otro nombre.
ELLA.- Sí, eso lo dice Romeo.
ÉL.- ¡Joder que tía!
ELLA.- Oye, tienes un cerebro más abigarrado que ocho personas durmiendo en seis metros cuadrados.
ÉL.- No lo pillo.
ELLA.- Pues no te pienso revelar mis fuentes. Y, para que te enteres, el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad.
ÉL.- ¿Y quién dijo eso?
ELLA.- Picasso, que también queda muy mono. Y también Blas. Y punto redondo.
(Hoy he pasado de poner foto en la entrada. Como diría Henry James, I’m sorry.)
Esta conversación ¡me ha encantado! Sí, qué manía (sobre todo española) de incluir citas en sesudos artículos o críticas de libros. Además algunos citan a gente que solo una simple minoría de eruditos conocen. Bueno, por un lado te hacen ir a la Enciclopedia Britannica a buscarla y así se aprende… Besotes, M.