ELLA.- No sabía que tenías hambre.
Él.- Me muero por comer algo.
ELLA.- Puedes comer unos trisquis.
Él.- No, no. Necesito algo dulce. Un pepito de crema.
ELLA.- Pues no creo que sea nada bueno eso, seguro que tiene aceite de palma, grasas saturadas, mierdas de esas.
ÉL.- Pues no creo que los trisquis sean mucho mejores. Lo que pasa es que, en el mundo, hay gente salada y gente dulce. Yo pertenezco a los dulces, pese a mi carácter.
ELLA.- Sí, es cierto. Yo soy más de salado. Me pirro por las mezclas de frutos secos. Como no soy dulce, siempre dejo los fragmentos de frutas escarchadas.
ÉL.- Yo, sin embargo, es lo primero que me como. Se ve que eso de lo dulce y lo salada tiene algo de genético.
ELLA.- Seguro que sí. Bueno, ¿al final no vas a comer algo?
ÉL.- No, no. No tengo tiempo. Además, es una guarrada ponerse a comer en el trabajo.
ELLA.- Pero si tienes hambre…
ÉL.- Ya sabes que yo mezclo el hambre con la gula, el vicio con las ganas de comer.
ELLA.- Creo que se podría llegar a conocer mucho a una persona por sus gustos en la comida, por sus ganas de comer y por su avidez.
ÉL.- Sí, sí. Yo también lo creo. Pero, al final, ¿qué es mejor, lo dulce o lo salado?
ELLA.- Depende.