Llevaba varios días sin publicar y con algunos temas de objetivación pendientes. Pero éstos son demasiado serios y profundos como para ser tratados en caliente: la objetivación, en estos casos, quizás no cause la cura –que es su fin último– sino acaso más dolor y sufrimiento. Contemplaba también la posibilidad de banalizar haciendo una entrada chorra, con poco trabajo y poco texto, que me sirviese para cumplir con el expediente. Pese a intentarlo, no salía nada.
Así que he decidido escribir una entrada de oficio, compuesta más para uso interno que para otra cosa, con la necesidad de juntar una palabra con otra sin intenciones elevadas que no vayan más allá de cerrar la sequía y prepararme para tiempos mejores.
Este fin de semana largo ha servido para varias cosas.
La primera, para saber a ciencia cierta qué significa ser padre y hasta dónde alcanza el concepto. Ser padre supone tener hijos y gente que responda con mediana cordura a tu alrededor. Y así lo hemos celebrado Alberto y yo, metiéndonos entre pecho y espalda un cuarto de lechazo en el Azofra. Hablando de nuestras cosas. Teníamos ganas (de hablar y de comer cordero).
La segunda era una necesidad mezclada con la curiosidad y la obligación. Prometí muchas veces a mi padre que nos acercaríamos juntos para ver Urbina, un pueblo de la provincia de Álava del que –seguramente– descendemos. Como suele pasar, fuimos dejando esa promesa para otro momento, que no llegó. Y no quería que pasase lo mismo con Alberto, así que cogimos el coche con la única misión de desembarcar en el diminuto pueblo, acercarnos a la señal de entrada y sacarnos unas fotos. Así que ya tengo una cosa hecha en la vida y, por lo tanto, tengo un deber cumplido antes de la muerte.
La tercera fue la consecuencia de dar una vuelta por la zona. Recorrer esa zona, como he dicho, es una manera de acercarme a los orígenes familiares. Pisar esa tierra no es pisar cualquier sendero, sino que supone recorrer extractos de la vida de las personas. Supone deambular por unos ancestros que no reconoces pero que son los tuyos. Vivo en la actualidad con tal crisis de identidad y con tan poca fe en las personas que necesitaba anclarme en la tierra, en las piedras, en los árboles. Intentaba que esas raíces me dijeran algo. Procuraba sacar conclusiones. Buscaba denominadores comunes que me hicieran entender lo que soy. En una época en lo que no hay nadie que valore lo mío, necesitaba sentirlo para mí y cerca de mí. Por otro lado, necesitaba tomarme unas patatas a la riojana y un chuletón de metro y medio en el Chomin de Briñas, lo que fue una gran inversión para nuestro paladar. El mesón tenía también para mí una vinculación personal difícil de contar de forma escueta.
Nunca me he sentido especialmente vinculado a las obligaciones familiares. Pero este fin de semana necesitaba poner algunas cosas en su sitio. Se lo debo a los pocos que tanto me demostraron, frente a los muchos que demuestran poco.
No es por nada, pero yo veo más tus orígenes en Urbino. Seguro que hubo algún italiano que en el siglo XV se perdió por Burgos.
Saludos
Qué bien que al final fuiste a Urbina con Alberto. Seguro de que no se olvidará en la vida de ese pueblo y sobre todo de la comida tan opípara que os jalasteis… Besotes, M.
Si antes en miguel, salió Urbina
Ahora con Raúl?
más saludos.
Pues aquí está otro letrero pero sin personaje.
Saludos.