La soledad. Desde el orgullo de la soledad independiente al oprobio de la soledad impuesta, los seres humanos nos encontramos solos. Vamos teniendo pequeñas dosis de soledad impuesta hasta que llega un día en el que nadie nos acompañará al cruzar nuestra última meta. La soledad ha sido enaltecida y envilecida hasta el extremo, pero –paradójicamente– pocas veces se reflexiona sobre ella desde dentro. ¿Aislamiento o aislacionismo? ¿Hermetismo o nada? ¿Privaticidad o ausencia?
La soledad está colmada de pequeños ritos, guiños hacia el trastorno o la patología. Primero, unas palabras musitadas. Después, una reflexión en voz alta. Una conversación esquizofrénica, por último. El rito de hacerse compañía a uno mismo. El rito de la música y de la televisión, testigos fehacientes del eco que devuelve lo que es uno. El rito más terrible, el protocolo minucioso del sueño. Una cama demasiado grande hace más palpable estar solo que unos miles de kilómetros de desierto. La ausencia de la caricia, de que alguien duerme nuestra duermevela o que alguien vela nuestro respirar acompasado. No hay mayor sintonía que la de dos cuerpos que acompasan su sueño, después de la dura batalla.
En el universo de lo social, la soledad es el estigma. Meditar con uno mismo no es mejor que meditar con otros. Convivir con nuestras pequeñas obsesiones no es mejor que estamparse con los hábitos de los demás. La soledad es una de las cimas abisales de nuestra propia humanidad, quizá la más rotunda y la de más calado. Quizá nuestro laberinto más retorcidamente endiablado. Por eso, la soledad es la coraza que nos protege de la vida y, por eso mismo, la que nos hace zozobrar poco a poco.
(Imagen de John Althouse Cohen.)
La peor soledad es la que toca al timbre una vez que la persona que quieres cierra la puerta. Es aquella que te hace sentir vacío incluso rodeado de gente que te importa.
Para vivir solo hay que ser un animal o un dios, dijo Aristóteles.
O un filósofo, añadió Nietzsche.
O un maldito corazón roto.
Vine a leerte y cuando vi el título, me dije ¡ya está otra vez con su "spleen" particular! Mira, desde la altura de mis 66 años te puedo asegurar que la soledad puede ser, y es, maravillosa. Ahora bien, hazme caso, a tu edad necesitas una compañera/amante/musa. Si encontraras a ese ser excepcional (difícil, lo sé) verías la vida bajo otro prisma mucho más positivo. ¡¡Raúl, que tus posts me deprimen!! Ahora sí, están excelentemente escritos. Muchos besotes, M.
Para mí la soledad es preocupante cuando tienes una inmensa alegria y no tienes con quién compartirla. Hablar solo, dormir sólo, llorar solo, y morir solo no es tan grave como no tener con quién disfrutar la alegria. Hay cosas peores que la soledad, esta sobrevalorada.
existe una soledad mucho peor que ésta