Mónica se siente extraña. Por un lado, percibe el agobio, la presión, las llamadas de teléfono persistentes, inoportunas. Por otro lado, ahora que la presión cede, se siente algo vacía. Hasta ahora, hasta ese día, notaba una presencia continua, quizá exasperante. Sin embargo, esa presencia hacía de Mónica una persona aún más viva. Mónica, mujer de ojos vivarachos y felices, ahora tiene una mirada apagada. Mónica achaca ese cambio a un cansancio que no se mitiga, a unas migrañas inoportunas, a un trabajo intenso pero que no la llena. Su vida ha girado hacia la soledad, hacia el ostracismo, hacia un mundo en el que las palabras sólo habitan en las páginas de los libros y sólo se cantan en los programas de televisión de cada atardecer. Mónica piensa en lo pasajero de su existencia, en su libertad, en su independencia, pero también sabe que la prisión de la compañía es a veces una vivífica liberación. Ahora rodea sus horas de objetos que ya no tienen significado y que ya no le devuelven los sentidos. Mónica se ha sentado en el sofá de su casa. Ha dejado en la mesa una bandeja con un poco de jamón, queso de oveja bien curado y una copa de vino. Rememora las tardes felices de su vida. Rememora sus agobios. Rememora sus obsesiones. Mira de nuevo la cadena metafórica que la tenía atada y ahora, con el candado vacío, se siente prisionera de su soledad. Mónica piensa que era una mujer con alas de recorrido corto. Ahora, Mónica se siente mutilada en sus vuelos hacia el anochecer.
(«Mónica. Alas» pertenece a la serie de Fragmentos para una teoría del caos.)
(Espléndida imagen de Sator Arepo, al que le agradezo que haya dado su permiso para utilizarla.)
…
¡Como pretendes que nadie lea la entrada con esa "peazo" foto!. ¡Imposible!