El seis de enero por la tarde. El siete de enero por la mañana, a primera hora. Lucas se regala la vista. Da largos paseos por las calles, con la cámara de fotos, buscando pequeños tesoros. La visión de los contenedores atiborrados le agrada y le deprime a partes iguales. Por un lado, parece que la ciudad se ha dado al abandono y al exceso. En algunas ocasiones, retrata viejos juguetes abandonados al abrigo de las cajas de los nuevos entretenimientos. Parecen demasiado solos, aislados ya del mundo para el que nacieron. Lucas piensa que es la forma más rotunda de soledad de la ciudad en esos momentos. Por otro lado, a Lucas le agrada ver el estado de renovación permanente, el mito del eterno retorno reajustado a la economía de consumo de todos los años. Las cajas son la superficie de unas ilusiones que, de momento, lo son. De unos buenos augurios realizados con buena intención o, en todo caso, por obligación o por ganas de quedar bien. Lucas busca el ángulo adecuado para poner de manifiesto su visión del mundo. Ahora, una niña de unos diez años, acompañada por sus padres, llega a un exhausto contenedor con una gran bolsa llena de plástico mientras que su hermano, un renacuajo de cinco, se aturrulla con un inmenso cartón, el envoltorio de un patinete que lleva su padre. Lucas se ríe con la visión de ese padre que transfiere las ilusiones de su infancia a ese patín con el que vadea el mundo. Lucas le pide permiso para hacer una foto a los niños de espaldas acercándose a los contenedores de reciclaje. Una vez finalizada la tarea, Lucas sigue su recorrido.
"Lucas piensa que es la forma más rotunda de soledad de la ciudad en esos momentos"