Por poder, se puede andar descalzo por el parque o se puede tener angustia dibujada en nardos. Por poder, se puede estar encadenado al abrazo más largo del mundo o se puede estar acogido por el manto del valle de las lágrimas. Por poder, se puede y no se puede, que es lo mismo que querer, o lo contrario. Por poder, se puede pensar en un nuevo año con nuevos proyectos y nuevas ilusiones o se puede tener alma de alcantarilla para tirar los detritus de lo poco que nos queda. Por poder, se puede escuchar música hasta que los altavoces se queden afónicos o se puede permanecer en un silencio vil, embrutecido o inteligente. Por poder, se puede arrastrar el agua del mar como una alfombra, para que nuestros deseos buceen en el fondo marino o se puede mirar hacia lo alto para que el sol nos deslumbre con su luz, insultante pero cálida, cegadora pero necesaria. Por poder, se puede comer un bocadillo de mortadela con aceitunas aderezadas con una de nuestras mejores sonrisas o se puede difuminar la existencia entre alimentos falsamente deconstruidos. Por poder, se puede escribir una y mil vices juntando palabras para juntar sentidos o se puede teclear palabra tras palabra de manera que fluyan hasta la desembocadura de los significados. Por poder, se puede leer en vertical, en horizontal o en diagonal o se puede no leer, dejarlo para otro día, entre excusas de las tareas que duran atardeceres. Por poder, se puede mirar al futuro con gestos zalameros o se puede uno cagar en su puta madre. Por poder, el guerrero puede descansar ensangrentado del resultado de todas las batallas o puede salir de nuevo, impenitente, con la espada y un grito de guerra que se quede congelado en el vaho de nuestros sueños.
(Entrada escrita al hilo de «Could we survive», de Joseph Arthur. La imagen es de Hobbes Ginsberg, en DeviantART.)
Es lo bueno del libre albedrio, por poder, siempre se puede elegir (o no).
Me quedo con la opción musical. La música reconforta el alma.