Nuestra vida, más que por las acciones, se entiende por las elisiones. Ni siquiera Dios escribe con renglones torcidos, sino que, simplemente, se limite a silenciar su más que probable inexistencia. Nuestros males se traducen en pequeños detalles, en pequeños signos de puntuación mucho más sugerentes que los puntos suspensivos. No sobreentendemos. No damos por sabido. No enumeramos ad infinitum. Con los años, nos vamos comiendo signos, hasta que nos atragantamos.
(En torno al apóstrofo. La foto es de Alberto.)
Para empezar yo ya he perdido las tildes (en mi teclado resulta imposible -no se por que- marcarlos).