Un teléfono sobre una mesa abarrotada de papeles. Unas líneas rasgadas más que escritas en un bloc de notas de cuadrículas grandes. Es una composición difícil porque rompe la armonía. Un fotógrafo experimentado hubiera elegido un encuadre en el que sólo apareciera el cuaderno, pero ha decidido incluir el artilugio electrónico por alguna razón que se nos escapa. El teléfono guarda una línea demasiado paralela a la de las notas escritas. Una opción más acertada podría haber sido haberlo situado encima de la página de la izquierda. A fuerza de ser sinceros, tenemos que reconocer que, sin embargo, el graduado de la escala de grises y el granulado ligero dota a la imagen de un empaque envidiable. Es una de esas fotos que, por alguna razón ignota, nos estremecen. El punto de atención del encuadre está en esas líneas escritas con prisa, en un ángulo que no permite su perfecta lectura. Se trata de una de esas letras de imprenta que arrastran los trazos con una personalidad vigorosa. Parece una nota dirigida a un destinatario cuyo nombre, por lo que se adivina, no aparece por ninguna parte. Entre lo difuso, se adivinan unas palabras de reproche. Después de contemplar la foto durante un período de tiempo que lo hace reflexivo, es imposible quitarse de encima un sentimiento de lástima, de complicidad compartida.