De qué me sirve el atronar de los ángeles. De qué la palabra musitada al oído. De qué los utensilios de las historias, herramientas de una vida sin porqué. De qué los retazos de colores esparcidos por los muros, cuando la elección ya no es posible. A la maquinaria del universo se le embotaron tres ruedas dentadas y la cosa no marcha sino en sobresaltos cíclicos de optimismo. Pero qué hermosos eran los días de infancia, recoletos en la densidad de una memoria afortunada y sin contrastar. La inmortalidad se cobija en cada hueco de luz que entra por las rendijas de las persianas del beso, con los estigmas de unos incisivos que hieren a dentelladas. De qué nos sirve no conocer los destinos de nuestras mapas. De qué la brújula sin aguja no imantada. De qué estar en la higuera, en Babia, en la inopia. De qué el abandono pertinaz de las costumbres, de la rutina de toda la vida segmentada en los hábitos matutinos. De qué gritar en silencio por la luna tejida con la materia de las nubes.
La vida, muestrario breve. Plagado de elecciones y deserciones. La vida. Muestrario breve.
y no te digo nada de entrar en tu blog y ver que estás ahí como siempre… bien! 😉
La utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo genial, la versatilidad de lo estricto… descubrir que hasta una mota de polvo tiene su misión lleva a valorar lo importante de la vida, todas y cada una son preciosas. 🙂
¡Qué bello este retazo de impotencia!
Aveces breve (lo bueno si breve…) y aveces interminable (por insoportable). Dependiendo de las circunstancias personales y del estado de ánimo.