Es asombroso comprobar la cantidad de dimensiones que tenemos los seres humanos. Somos padres, hijos, hermanos, profesores, alumnos, dependientes, clientes, médicos, pacientes, gordos, delgados, buenos ciudadanos, canallas, conductores, peatones, caritativos, miserables, eficientes, despistados, melancólicos, obtusos, crueles, condescencientes… A veces, todas esas cosas en una, que son muchas. Es decir, somos un uno tremendamente complejo y lleno de matices. A medida que van pasando los años, nuestra mochila vital se va cargando de nuevos atributos a la vez que perfila, matiza o niega otros. Al final, nos erigimos en un conglomerado de yoes que nos cuesta asimilar, dada la complejidad. A esto se suma nuestra propia evolución como personas que van echando al debe de nuestras cuentas las canas, las arrugas y demás consecuencias del paso del tiempo.
Dexter Morgan (pinchando aquí podéis ver todas las ocasiones en los que hemos hablado ya de él) es el espejo en el que debemos mirarnos. Lo curioso es que el espejo en el que nos miramos tenga la imagen de un asesino psicópata, algo tan alejado de lo que somos (casi) todos nosotros y de lo que queremos ser. Sin embargo, una mirada hacia Dexter más allá de la superficie nos devuelve una manera bastante precisa de contemplarnos a nosotros mismos. Cuando Dexter reflexiona sobre su existencia parece que está pensando como nosotros. En el fondo, es una manera de volver a Freud, pensador fundamental no tanto por el acierto en sus conclusiones como por lo atinado en sus intuiciones. Hasta el descubrimiento de nuestro lado inconsciente las personas debíamos ser planas, dado que nuestra imagen interior debía de corresponderse con la exterior. De ahí que persistiera en nosotros el complejo de ser raros, dado que nuestros pensamientos muchas veces no se corresponden con nuestras acciones. En nuestra multiplicidad, nos sentimos desconcertados a la hora de intentar comprendernos. Cuando nos interrogamos sobre nuestras acciones en soledad y nuestros pensamientos, nos maravilla la angulación que tomamos con respecto a los demás. En el fondo, no nos damos cuenta de que, por dentro, los demás son también angulados, con aristas poliédricas.
Por eso, cuando ayer escuché a Dexter (en el capítulo 11 de la cuarta temporada) hablar de todas sus dimensiones encasillándolas en vida pública, vida privada y vida secreta, pensé que, una vez más, tenía razón. Todos llegamos a conocer la vida pública y los aspectos privados referidos a nuestra propia vida. En el caso de los demás, difícilmente llegamos a conocer algo de lo íntimo. Pero la clave está en el secreto, oculto e inmanente. A veces, también, para nosotros mismos.
Sí la foto, como dice Gelu, estupenda. Excelente tu texto aunque no sé quién es este Dexter que mencionas (me parece ¿que fue el estudiante universitario americano, guapo y elegante, que mató a varias jóvenes en los años 70/80?). Y, sí, los seres humanos somos como el cubo de Rubick. Hay que ir encajando las piezas. Una vez encajadas, te mueres. Besotes, M.
Buenos días, Raúl Urbina:
No conozco a Dexter. Me pilla lejos. Ni me necesita él a mí, ni yo a él. No veo series. No nos interesamos. No me interesa.
Pero me ha gustado el texto de tu entrada, y lo de la cantidad de dimensiones del ser humano; pero lo de crueles…Terrible.
Saludos.
P.D.: ¡Estupenda la fotografía!. ¡Parece mentira todo lo que cabe en un charco!.