Vivimos respirando por los poros del desconsuelo. Parte de la basura la escupimos en la dura partida, en las duras palabras. Nuestra existencia va circulando a lomos de un asiento de coche desgastado, en un viaje que sólo tiene un sentido y un interrogante. Pensamos más allá de nuestras razones. Imaginamos menos que nuestros pensamientos. Nunca hacia adelante. El zigzag es el devaneo que tenemos con un vestido de mujer. El acabar rasgado de una guitarra tocando fuerte un rock’n’roll. Mientras tanto, intentamos suspender los momentos para que, olvidados, se nos muestren inolvidables. Nuestras fotografías son ahora un reducto en el disco duro, un declinar en el universo de los unos y ceros. Nuestras canciones se alejan de los surcos arrugados de los discos de vinilo. Todas las imágenes en movimiento merodean con escaso talento por nuestras retinas. Los amigos se escapan como los granos de arena en nuestra mano en las dulces tardes de verano. Y nos sentimos unos panolis anidando nuestro cuerpo en una tensa flor de loto que ya nunca será completa. Las despedidas se marchan enfilando la ruta de nuestro aprendizaje de la soledad, que se anunciaba en los sueños y tormentos infantiles y que se hará realidad cuando nos quedemos solos con nuestro cuerpo, despedido ya con dulce ocre nuestro suspiro. Hoy la noche va amortajando las estrellas mientras el terror comienza. Las pupilas se mueven veloces. Viene el escalofrío. La hiperventilación. La lágrima recogida en un trozo de mejilla. Más allá, vendrá la calma. Cuando llegue.
No sé por qué, pero ha sido una delicia leer esto.
Para variar no entiendo ni papa, pero me encanta. Da gusto a veces leer (o mirar) algo bonito sólo por el placer que produce, sin entender nada y sin que el intelecto trabaje.
Hijo, entre la foto y el texto, mal te leo… Besotes optimistas, M.