Él pone un gesto ambivalente, como si estuviese a medio camino entre asombrado y sorprendido. Estira mucho las mejillas, tensas entre una barbilla –casi quijada– culpable de esa boca inmensamente abierta. Sujeta entre sus manos un letrero, con el que apunta a su compañera. El cartelito reza, simplemente, «Tengo que decirte algo». La mujer que está a su lado tiene unos auriculares Sony embutidos a ambos lados de la cabeza, un poco torcidos. Tuerce el morro hacia un lado. Por casualidad o causalidades de la vida, el morro está torcido hacia el lado contrario al de su amigo. Es una mueca graciosa, nada grotesca. El rostro pálido de la mujer quita aspereza a esa tensión. Se nota que la fotografía está sacada en un momento de descuido, en la antesala de lo que podría ser una fotografía preparada concienzudamente. En ese momento, se ve a la mujer esbozando el gesto de llevarse un dedo hacia la mitad de la boca, en el lugar exacto donde deberían estar los labios si permaneciesen encajados, en su sitio. Ahí, en esa imagen, están todas las respuestas.
Cualquier cosa que vaya a ser dicha y deba ser anunciada, casi, casi que pierde su valor. Donde este la improvisación…
Calla, calla que ahora me he percatado que éste es ¡otro post! es el segundo de ésta serie que promete ser MUY interesante. Qué pena que la chica saliera con la boca torcida… la foto no habrá sido nada favorecida… Besotes, M.
¿Dónde ha ido a parar mi comentario? Te escribí ayer. Te decía, mas o menos, porque ahora ya no me acuerdo, que para no poner una foto habías descrito varias magistralmente. Espero que éste se grabe. Besotes, M.
Silencio. Está usted en un Hospital.