Lo maravilloso de un viaje es ir; lo malo es volver. Empacar de nuevo tus enseres, esta vez con la poca ilusión de ver que se ha acabado, con la inevitable sensación de que todo está más arrugado. Bien mirado, volver es el signo inevitable de la partida: más para un turista. Te has desplazado, has usado una tierra en tu propio beneficio y te vas para contársela a los amigos, quizás para escribir unas entradas en un blog, quizás para guardarla en un recoveco más o menos importante de tu corazón.
Los días transcurridos, los kilómetros viajados, te hacen sentir distinto, pero la rutina te hará olvidar. Te hará ir encajando el día a día con la precisión de las piezas de Lego, para construir no se sabe qué. Para seguir montando el puzle de tu vida, que es infinitamente más pequeño que el mapa de los trenes que has cogido, de los autobuses de perdiste, de los aviones que cogiste por los pelos.
El viaje se ha acabado. La aventura continúa. Ahora en carne y hueso. En la vida.
Decíamos ayer…
Nada es para siempre…
pues mira, a mi me encanta volver, es que me gusta mucho mi vida, no me aburro nada y me lo paso muy bien, creo que lo que más me estresa es el estar 10 días a la bartola ¡qué coñazo! así que… ¡viva la rutina rutinaria!… lililirilili 😉
¡Hala a currar! que si dura más el viaje me tienen que ingresar
Ay, ¡la vuelta a la realidad rutinaria! Qué fastidio… Ha sido un placer viajar contigo, querido Raúl, y, con Alberto. Que el regreso te sea leve… Besotes, M.