Ayer fue la entrada paradisíaca. Hoy toca la realidad. La realidad nos era devuelta, arrojada a la cara, en los trayectos en autobús. El turismo no quiere oír, no quiere probar, no quiere ver todo aquello que no sea lo que espera. Por eso, ingiere comida como en casa, divisa las estampas, las deglute en su cámara fotográfica y se vuelve a casa contento, dispuesto a enseñarles sus experiencias a los amigos. Yo no me he salido del esquema, pero he tenido ojos atentos, incapaces de mirar para otro lado. A través de la ventanilla del autobús y, por lo tanto, desde arriba. A través de la ventanilla del autobús y, por lo tanto, como una realidad distante de mí mismo. Pero he visto. He visto muchas escuelas e institutos pareados con vertederos. Colegios en los que nosotros no meteríamos ni los trastos viejos. He visto la carne expuesta al clima tropical, muy diferente a la carne refrigerada e impoluta que cenaré ansioso cuando llegue al hotel. Si no fuera un turista, si fuera un viajero, hubiese visto todo esto desde cerca, al ras de las suelas de mis zapatos. Sometiéndolo todo a juicio y a contraste. Como soy un turista, no he sido capaz. Bien es cierto que no he ido en plan madre superiora, fíjate, chica, unos tanto y otros tan poco. Otros tampoco. Desde el ángulo que supone el desconocimiento, intento ensanchar la mirada de lo que veo para abarcar una población de nueve millones de personas. No quiero ni sé comparar la miseria de lo que veo con el paraíso que tengo –que tienen– a la vuelta de la esquina. Intento mirar con los ojos que son míos para comprender y no me siento capaz ni sereno para el juicio. El Caribe: buen sitio para veranear, mal sitio para vivir, oigo en algún momento a algún trabajador que sirve en la excelencia y vive en la miseria.
Tampoco hay que ser hipócritas, no he llorado. He visto, no he vivido. Pero no olvido. No podré hacerlo nunca.
(La fotografía es de Alberto.)
Sencillamente, magnífico.
Y muy verídico.
Supongo que ese constraste revuelve las tripas. Pero como indicas, no queremos ver.
En nuestras costas hay muchas personas sobre-explotadas que se desenvuelven con desprecio por su salario escaso. Viven su propia miseria del primer mundo.
Esos contrastes caribeños, tan bien descritos por tu maravillosa pluma, son chocantes. Nunca he estado en la Rep. Dominicana pero conozco a gente que sí ha estado y me han dicho lo mismo que tu escribes. Parece que Cuba es así tambien.
Alberto se está convirtiendo en un excelente fotógrafo. Dale la enhorabuena de mi parte. Muchos besotes, M.