Alberto ha ido pisando cuidadosamente baldosa a baldosa hasta que ha invadido el césped. Previamente, se ha asegurado de que había una silla libre. Se ha acercado a ella, la ha cogido y la ha situado asegurándose de que el territorio irregular no la haga cojear. Ha abierto la mochila y ha sacado la toalla, unas chanclas demasiado floridas para su temperamento y una bolsa compacta en la que se aloja un libro. De forma apresurada, se quita el pantalón corto y la camiseta para quedarse en bañador. Mete los reductos de vestimenta civilizada, cierra la mochila, se sienta y saca el libro de la bolsa. Saber perder, de David Trueba. No ha llegado a leer seis páginas cuando se abre una ventana a su espalda y, al poco, una música infernal empieza a invadir los alrededores. Una impostada voz demasiado aguda que anima al movimiento presagia una sesión de aerobic en las que unas marujas intentan diluir los excesos del verano. Para mitigar los efectos del ruido, coge su iPhone y selecciona una sesión de música más placentera, para abandonarla a las tres canciones: le gusta escuchar como ruido de fondo los sonidos de la piscina, los chapoteos, las conversaciones apenas atisbadas, como telón de fondo de cuerpos sin complejos, de vidas resucitadas a golpe de sol, risas y bronceador.
Desde hace años, sigue un ritual atávico para el baño. Coge las gafas de piscina y deja las de ver en el envase de éstas, mientras aprisiona el gorro de silicona con los dientes. Se dirige a las duchas de la piscina, deja las gafas y el gorro en la barandilla separadora, disimula a medias una ducha vigorosa y rápida. Se enfunda el gorro y se pone las gafas. Se sienta al borde de la piscina con el agua por las pantorrillas, que agita sólo a medias. Se salpica agua por la tripa, se moja la nuca, los brazos y la cara. Respira hondo tres veces y se sumerge en la piscina. Nunca se concede ningún escarceo con el agua. Enfila su primer largo. Desde que era un jovencito, su felicidad consistía en recorrer largo a largo la piscina una y otra vez, sin descanso. Un día pensó que cada temporada nadaría, al menos, un largo más que los años que tenía, consciente de antemano de que un día llegaría el fracaso y, por lo tanto, el declive. Pero hacía trampa por adelantado: los días que tenía un ímpetu especial hacía algunos metros extra para el día en el que ya no fuese posible. Era una especie de vida por adelantado, de que le quiten lo bailao. O algo así.
Nadar le aporta los gramos de reflexión que necesita para afrontar la vida. Y el ritmo acompasado al que la natación le obliga lo libera de la ansiedad a fuerza de devolverle la realidad en brotes de agua bien esquivados gracias al rictus torcido de su boca. Va nadando y percibe, a su vez, la realidad que nadie ve. Esos pies que se engarzan entre sí cerca de los bordes, cuerpos adolescentes que se exprimen bajo el agua, nadares desordenados que patean la braza fuera del agua.
Hoy ha alcanzado uno de sus récords. Ha necesitado salir de la piscina de espaldas, impulsándose con sus pies hasta volver a sentarse en el borde, con los brazos anquilosados por el esfuerzo. La respiración vehemente. Los ojos reacios a asimilar la vuelta a la superficie.
Alberto se ha puesto las chanclas, se ha duchado con fuertes fricciones en su cuerpo. Se ha sentado en la silla, ha cerrado los ojos y ha levantado el rostro al sol. Ha notado las gotas que todavía le bordean la barbilla. Y, como todos los veranos por estas fechas, se ha preguntado a dónde le ha llevado tanto recorrido. En la piscina, nadando, no llegas a ninguna parte más que al inicio del camino.
(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)
ah! y Alberto lleva sandalias de chica 😛
Nadar así sirve para lavar un poco la conciencia nerviosa del verano, el verano en el fondo es estres, es desorden, es ruido, alteración… y la natación bien lo sabes no deja de ser un deporte, solitario, silencioso, y como bien has dicho voyeaur. 😉
No me he ido de vacaciones, pero el gestor de mi WordPress parece que sí. He estado durante unos cuantos días intentando arreglarlo.
Intentaré escribir una entrada hoy ( a ver si me deja) y os contaré más cositas.
Hace SEIS dias que no has posteado, ¿estás de vacas? Besotes, M.
Se ha llevado un buen libro a la piscina y se ha dado un baño que los lectores podemos compartir hasta empaparnos, porque la narración es magistral. Me sumo al 10 de Merche y dejo algún puntito para cuando te duela el juanete y llegues sólo al 9.
buena reflexión sobre la vida… sigo esperando tu respuesta filosófica sobre su sentido, si es que lo sabes.
para refrescarse, nada
él nada porque puede
cuando ya no se puede, es mejor darse una ducha para refrescarse
al final, el esfuerzo representa poco o nada.
Te he dado un 10. ¡Qué buen relato de un dia piscinero! Besotes, M.