¿Os cuento un secreto? Normalmente, utilizo ordenadores distintos según el tipo de entrada que escriba en el blog. A veces otras circunstancias obligan a cambiar, pero suelo utilizar para las entradas más íntimas el ordenador portátil, un MacBook precioso, agradable y cuyas dimensiones se ajustán más al ámbito de lo personal y lo privado.
Hoy escribo desde el Mac. Tengo mi ordenador de sobremesa a un metro, encendido, con su monitor de pantalla enorme esperándome, pero estoy reclinado, con la espalda vencida, hacia el blanco inmaculado de este bonito instrumento.
Como en demasiadas ocasiones en estos tiempos, escribo con el contrasentido de no tener nada especial que decir. Simplemente, me pongo a ello con una pequeña idea (o sin ninguna), con un estado de ánimo (bajo, normalmente) o con un chiste o burla (normalmente malo, o cruel, o ambos).
Hoy voy a ser tan repetitivo como para invitaros a dejar de leerme desde ahora mismo. Sin embargo, lo quiero hacer público. Es un secreto que sólo unos poquitos blogueros amigos de la Burgosfera –y nadie más– conoce: escribo muy de tarde en tarde un blog para mí mismo. Es el colmo de la estupidez y de la incongruencia con el mundo comunicativo que defiendo, pero necesito crear esa ilusión de comunicación externa conmigo mismo. Esta entrada, por lo tanto, cabría más allí que aquí, pero ha caído de este lado. Lo siento.
Lo he repetido hasta la saciedad. Uno de mis estados más enfermizos desde pequeño es creer que la ficción es verdad, aunque no en el sentido quijotesco. Cada vez estoy más convencido de que la ficción explica mejor la vida que la vida misma, de ahí mi pasión suprema por todo tipo de arte. Mis debilidades, que ya todo el mundo conoce, son la literatura y el cine. También mis seguidores más fervientes saben que, dentro del cine, creo que lo mejor de lo mejor, por regla general, se ha dado hace ya algún tiempo. Y soy capaz de ver, visitar y revisitar los maravillosos clásicos del cine americano. Una y otra vez, sin descanso, obnubilado por su perfección. Me gusta otro tipo de cine y no he quedado anclado en una época en la que no había ni nacido, pero en muchas de esos filmes he logrado atisbar gran parte de la Realidad que conozco.
Decía ayer a mis alumnos, y lo he repetido a todo aquel que me haya escuchado más de tres minutos seguidos, que el buen arte (el arte bueno) te cambia la vida. Ellos se sonreían cuando les decía que los cuadros de Mondrian cambiaron mi vida. Alguna chica muy espabilada y socarrona, que piensa que la pintura de Mondrian es estúpida, se me quedaba mirando, una vez más, como quien piensa que estoy de coña, o de exageración, o dándole muchos más pies al gato de los que en verdad tiene. Pero esta alumna sabe que a ella le pasa lo mismo con otras muchas cosas. Hay canciones que me han cambiado la vida. No porque estén asociadas con cosas buenas o malas que me hayan sucedido, sino porque son merecedoras por sí mismas de suponer un cambio en el estado de mis cosas. Me cambia la vida ver una fotografía inteligentemente compuesta y mirada con la sensibilidad del corazón.
Últimamente, las series de televisión cambian mi vida. No todas, naturalmente. Muchos me preguntan de dónde salen esas series. Me dicen que no las echan por televisión. Algunas las ponen en canales de pago, que yo no veo. Es más: casi no veo la televisión. Pero tengo un disco duro multimedia, unos traductores generosos y un grupo de amigos por todo el mundo con los que comparto cosas. Alguien en un lugar muy lejano piensa que una serie de televisión le cambia la vida y decide que lo mismo le puede ocurrir a alguien a miles de kilómetros.
Ahora estoy viendo la segunda temporada de In Treatment, una serie que me ha llenado de inspiración en algunos momentos del blog. Es una obra de arte que me llena y me desasosiega a partes iguales. Disfruto viéndola y, sin embargo, no puedo reprimir un regusto a sufrimiento y desesperanza. Estoy viendo la segunda temporada con otros ojos, porque he conocido la terapia por dentro y por fuera, pero también porque veo a un protagonista abocado a la soledad, al fracaso, a la miseria de intentar arreglar la vida a los demás cuando su propia vida está rota. Veo en sus acciones y omisiones, en sus palabras y en sus silencios todo el dolor de vivir, paso por paso, acción por acción.
Me he pasado ya casi media vida dando lecciones de lo que ignoro, intentando iluminar a otras personas mucho más jóvenes que yo para que encuentren, por sí mismas, el sentido de su existencia. Para que escojan un buen camino. Les intento hacer sonreír y casi siempre intento estar sonriente. Ellos no saben que mi estado de ánimo suele ser muy triste y que yo voy dando tumbos sin saber cuál es mi destino. Me siento como un falsificador de moneda, como un pintor de réplicas baratas, como un tahúr que enseña el póquer de ases a todos cuando esconde en la manga una mano de cartas sin ningún valor.
¿Qué se puede enseñar cuando no se sabe? ¿Qué destino se puede enseñar cuando uno no tiene mapas ni brújulas? ¿No engaño a los demás con una sonrisa cuando creo que el mundo está lleno de tinieblas?
En el capítulo quinto de esta serie, he apuntado tres frases. Ójala algún día algún alumno, algún amigo, alguien en la vida me las pueda explicar. «Quiero saber qué sentir». «Ríete del caos de mi vida». «El riesgo de ser feliz».
Hoy no hay foto que valga. Mañana haré una mueca y estaré más contento.
San Martín Bueno Martír.
Buenas noches, Raúl Urbina:
No veo ninguna serie. No me veo capaz de seguir con disciplina nada.
Y sobre esta en particular, la verdad, ya hay suficientes problemas en la realidad, como para buscar casos extremísimos, como son los que presentan estas películas.
La vida es más sencilla, con todo lo difícil que es para muchos.
Saludos.
Deja el flagelo, Raúl, que aunque sean pocas (para todos son pocas) las ocasiones en que la vida te recompensa por lo que haces, la verdad es que son muy bellas: las palabras de tus alumnos y alumnas en algunas ocasiones son para enmarcar, y quienes te leemos con sincero interés nunca dejaremos de decirte lo que nos haces disfrutar. Te envidio en lo de las series y en el provecho que les sacas: a mí me aburren bastante, mucho más si se van continuando, mi tren de vida no soporta ese ritmo. Cada día encuentro tramas en la realidad que harían las delicias de cualquier guionista.
Máscaras y disfraces. Tu trabajo no consiste en enseñar a tus alumnos en qué consiste la felicidad, sino conocimientos adaptados a un programa que dictamina la ley.
Aunque ciertamente, todo el planteamiento educativo está decrépito y obsoleto. Lo verdaderamente importante es que alguien nos dirija en los caminos para obtener la felicidad, en aprender a decir NO, en disfrutar de los pequeños detalles… nos hemos empeñado en vivir de una forma totalmente hipócrita.
Estoy de acuerdo con Noelia, el instituto es otra cosa, es la inspiración y el movimiento, la universidad es la necesidad de obtener un título para lograrse un empleo (a poco).
Sólo con leer el nombre del blog sabía que tenías que ser tú, aunque no ha sido por casualidad y la verdad es que me viene al pelo lo de que hay cosas que te cambian la vida, y una de ellas es por tu culpa…Blade Runner. Y a propósito de esto, te buscaba. Recuerdo que nos mandaste hacer un trabajo sobre esta película y quería saber si habría alguna forma de recuperarlo, porque estoy haciendo un proyecto sobre moda y una de "mis inspiraciones" es esta "maravillosa" película; y la verdad, es que tampoco encuentro nada interesante, y esytoy segura que ver alguno de esos trabajos mercerá la pena (aunque sólo sea para reirme un poco).
¡Cómo se echan de menos las clases de literatura!Hasta añoro que la "uni" no se parezca un poco más al colegio,jaja.
Muchos besotes, Noelia.
Perdona, ese "cómo" no lleva tilde… Besotes de nuevo, M.
Raúl, ¿por qué ves esa serie que te deprime? Mira, que eres masoquista… Me ha hecho gracia eso de que eres un falsificador, un tahúr… ¡No será para tanto! Por cierto, a mi tambien me gusta mucho Mondrian pero cómo para cambiarme la vida, sinceramente, no. Muchos besotes, M.
Me pasa lo mismo con otras cosas y lo peor es que intuyo que me pasará con Mondrian. Creo que todos somos un poco falsificadores, siempre ocultamos algo de lo que en realidad pensamos, aunque normalmente no queremos reconocerlo o queremos proyectar en los demás una imagen de más seguridad. Y creo que se pueden enseñar muchas cosas, porque siempre se sabe algo más de lo que uno piensa.
Y yo también sé algo de ironías crueles.
Empezaré a ver In Treatment ahora que estoy acabando Six Feet Under.