Nacho saca el morro para dar un trago largo a una cerveza. Sostiene la botella inclinada, en una especie de brindis al sol, aunque sea tarde y esté anocheciendo. Sabe que no debe beber, pero desobedece a los médicos en eso y en un montón de cosas más. Le han desaconsejado el ejercicio físico intenso, pero él, que no era amigo del deporte, sale a correr hasta desbocarse, como si le fuese la vida en ello. La vida, no obstante, parece ir en el sentido inverso, pero a él le da igual. Ya no hace las cosas para tener más salud, sino porque sí, porque le apetece. Por eso, cuando ha cogido la cerveza del frigorífico, Nacho se ha dicho a sí mismo «A tomar por culo». La ha abierto con un gesto displicente y no ha recogido la chapa, que se ha quedado en el suelo, al lado del cubo de la basura.
Ahora Nacho da otro trago intenso. Se ha recostado en una postura deliberadamente incómoda. Una gota de líquido rebelde se le ha deslizado por la comisura de los labios y, antes de que llegase al cuello, Nacho ha sacudido la cabeza como un poseso para alejar a la gota de su cuerpo de modo violento. La gota se ha posado con calma encima de la mesa y Nacho la ha borrado con el pie del mismo modo que los jugadores de tenis borran las marcas de las pelotas en la tierra batida.
Nacho se siente intrigado por lo que sentirá su cuerpo con ese efecto adverso. ¿Notará su corazón esa infracción del consejo médico? Quizás esa gota no colme el vaso. O quizá sí. Pero Nacho se aferra a la base de la botella como si en ella estuviera la salvación. Se ha puesto el tope en tres cervezas, cuando sabe que una ya es demasiado. Nacho quiere y no puede, o puede y no quiere. Al día siguiente, cuando amanezca un nuevo día, analizará sus actos y les buscará una causa, aunque, zángano como es, se quedará en el camino.
Nacho apaga iTunes en el ordenador. Deja la botella encima de la mesa y se acerca a una estantería. Hace algo a lo que ya no está acostumbrado: coge con reverencia un disco y lo introduce en la cadena de música. La bandeja se desliza con presteza hasta que se cierra. Unas luces parpadean y suena la música. Es Hurricane, de Bob Dylan.
(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)
"¡a tomar por culo!"
Buenos días, Raúl Urbina:
Cuántos Nachos andan sueltos por ahí. Sabe que el tiempo que le queda no es mucho, y quiere morirse aspirando libertad.
Pero sabe que la vida, -como él a la botella-, desde la base, lo tiene atrapado por el cuello. Y él reconoce que nunca ha sido constante.
Saludos.
P.D.: Conserva la delicadeza con su música favorita. Aún alienta en él la esperanza.
Por cierto, no sé si esa rueda girando en el vacío sin previa pedalada, que no produce avance, es una metáfora visual de lo que Nacho está sintiendo.
La vida es un combate destinado a la derrota, acortar o alargar la lucha depende del instinto del boxeador y de la fuerza de voluntad que posea. Creo que Nacho pone una canción tan larga para darse el gustazo de gastar más tiempo. Terriblemente humano, como dice Kokycid.
Pobre Nacho… demasiado humano…
este Nacho es un flojo… ¡mira que arriesgarse con tres cervezas cagonas…!
Nada, que pruebe con tres güiskis y con una de Iron Maidem a todo volumen. 😉
¡¡Hurricane!! de Bob Dylan. Era ¡el HIMNO de mi generación! Ay…, cuántos recuerdos…, cuánta melancolía… En fin, la vida sigue, sigue y sigue (por ahora). Besotes, M.