La vida es de lo más parecido a las casas y a los ascensores. Cada uno vive en un piso, pulsa un botón y el ascensor le catapulta hacia su sitio de forma inequívoca, con más o menos brusquedad, con más o menos vaivén. Una vez que sales de casa, lo llamas y viene. Más pronto o más tarde, viene. Alguna vez algún vecino, al que llamas cabrón –aunque no tenga la culpa– te lo quita. Simplemente, es más afortunado en el momento mágico de la llamada. Simplemente, es más brioso y con más reflejos. Rara vez pulsas otros botones que no sean los de siempre. Llamas al primer piso cuando se te cae un calcetín, porque es bueno recuperar las parejas, tú que te resistes a tirar la unidad impar. Subes al trastero cuando necesitas algo, aunque sepas que en ese cubículo mágico reina la sorpresa del desorden.
Organizas tu vida a piñón a botón fijo. Y subes y bajas. Bajas y subes. Y no lo piensas. Cuando es cosa de coger el coche, le das al -1… hasta que piensas que bajas al sótano y que la vida, si te descuidas, no vuelve a remontar jamás.
La vida no remonta. El ascensor no tiene memoria númerica. Si le das al menos uno, puede haber arrepentimiento, pero no retorno.
Vivo en un quinto sin ascensor. Los días que hay que subir varias veces con cosas pesadas echas de menos algunos botones. Y también te da para filosofar, cuando vas por el tercero y creías que era el cuarto aparece como una náusea existencialista que no veas.
Buenisimo
Si la vida es asimilable al ascensor, creo que a mi siempre me gusta subir sola… es que las conversaciones de ascensor son tan estúpidas como inútiles, ¿me estaré volviendo ermitaña?
¡Cómo te entiendo! Yo vivo en un quinto y me paso la vida apretando botones… Que tengas una feliz semana. Besotes, M.