Alberto (4, 7, 10, 12) siente un vacío en sus escritos y en su alma. Lucha con todas sus fuerzas para dar un giro optimista a su vida, a sus decisiones y a su destino, pero la risa le cuelga de su rostro como las carnes que, poco a poco, van invadiendo con su flacidez todos los recovecos de su cuerpo, todos los recovecos de su rostro. Alberto se ha lanzado al vacío tantas veces que el vértigo, lejos de mitigarse, se ha incrementado hasta convertirse en una patología que se anida en lo más profundo de su cabeza, que parece girar al ritmo de una atracción de feria mal ajustada. Alberto se ríe a lo largo del día tantas veces que aquellos que no lo conocen piensan que se toma la vida demasiado a la ligera. Los que han tenido la oportunidad de visitarle año tras año, reconocen en su alegría el trasfondo de lo terrible. Alberto sabe que eso no es bueno, que es enfermizo, que es peor que malo, pero piensa que esto no se arregla con unas absurdas sesiones de risoterapia. Alberto piensa que la sonrisa no se aprende, que la felicidad no es más que un estado de gracia espiritual que se tiene o que no se tiene, pero nunca una impostura externa y advenediza.
Alberto intenta escribir a Mónica, pero sabe de antemano la respuesta. Otro vacío más en su vida. El dolor de la ausencia de respuesta sería más doloroso que la ilusión de una nueva carta. Alberto es un experto en la arqueología de los malos sentimientos, un adalid de la espeleología de los lados oscuros, pero se niega a volcar todo ese dolor hacia los demás. Prefiere hacerlo suyo y asumirlo. Sufrirlo en silencio. Como las almorranas. Cuando Alberto piensa en eso, en el sufrir el dolor vital como las almorranas, piensa que no está ante una metáfora, sino ante un símbolo. Aunque tampoco quiere filosofar sobre sus excrecencias. Ahora prefiere dosificar sus vacíos en dosis pequeñas pero intensas. Prefiere dejar el resto de sus horas con una mente indolente y blanquecina, que no es exactamente felicidad pero se le parece a medias.
Alberto se ha acercado al abismo y ha visto más vacío. Un vacío que espanta. Inconscientemente, ha apartado la vista del precipicio. Ha mirado hacia el cielo y lo ha encontrado lleno de silencios.
(La fotografía que encabeza la entrada es de mi hijo Alberto. Por supuesto, la coincidencia entre el Alberto de los Fragmentos y él sólo es nominal.)
(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)
mucho amor y mucha comprension es lo que nos falta……por lo menos a mí…por cierto estoy en el paro( me acabo de quedar y me acabo de divorciar….) ¿alguien da más?
esto sí es real y muy duro
Que no se me olvide decirte que felicites a tu hijo por esta foto.
uy, se me olvidó añadir que lo que llevo es "pensando"
otrosí, añado, que el índice del Quijote es muy útil. fe doy
Sobre la felicidad llevo (iba a decir años) pero dejemoslo en días. Es una palabra tan relativa, tan relativa, porque cuando te falta y dependiendo como sea cada uno, te agarras a un clavo ardiendo para darle cuerpo a la vida.
Pregunta de coscorrón: ¿Haces índices de todo? jeje
Capítulo 5º (y último, de momento?)
Alberto carece de los mimos, cuidados y enseñanzas de unos padres atentos, desde pequeñito.
Lo que necesita es una compañera-madre. Desinteresada totalmente. Algo casi imposible de encontrar, pues él se ha convertido en un ser egoista y aburrido. Tal vez encuentre alguien dispuesto durante un corto espacio de tiempo. Mucho amor en la otra persona, o muchísimo carácter. Si no es así, serán dos los que estén a diario en el pozo.
Saludos.
P.D.: La fotografía de tu hijo merece un comentario por sí sola.
Nuestro amigo Alberto necesita un poco de calor de pecho ajeno que le ponga el vacío mullidito. No hay mejor terapia para los saltos con vértigo.