Las verjas son las verjas, digan lo que digan. E impiden el paso. Y estropean la vista. Y a veces no son necesarias, porque ya se preocupan de poner algo detrás para que, de todas maneras, no podamos pasar. Ni mirar.
Las verjas son las verjas. Digan lo que digan. Y ayudan bien poco a que los seres humanos entren y salgan a su antojo, por donde quieran. Como quieran. Las verjas parecen fáciles de saltar, pero es más que probable que, ya en lo alto, se te enganche el pantalón y te quedes sin libertad (y sin pantalones). Parecen fáciles de cortar, porque todos llevamos una cizalla en la mochila cuando queremos atravesarlas. Pero, al final, el metal es duro de cojones y te haces daño en la cara interna del dedo pulgar, y te acuerdas de que tenías que haber cogido más flexores de mano en el gimnasio, porque con el ejercicio físico se ganan ilusiones y oportunidades.
Las verjas son las verjas y detrás siempre hay perros que parecen fieros, o sarnosos, o inquebrantables, o no sé qué. Los perros son la corroboración de las verjas y la certificación de sus consecuencias. Y, si te acercas por la noche, están mal iluminadas hasta que te confías. Entonces –y sólo entonces–, cuando ya pergeñas posibles alternativas, un foco de luz incandescente acierta a orientarse a donde estás agazapado, tú que habías calculado los intervalos de la supervisión de su barrido.
Las verjas son las verjas. Y, cuando te pillan, siempre hay detrás voces que siempre suenan a extranjeras. Siempre. Porque las verjas no son cosa de ellas mismas, sino que detrás y delante siempre hay personas. Siempre.
Y las verjas son siempre verjas. Y son feas de cojones.
Había un "chico" (y yo era aún más niña) que para impresionarnos al público aunque muy infantil sí femenino, se subió a una verja con tan mala pata para él que se le enganchó el pantalón en la verja, rasgándose entero. Tuvo que irse a casa con las manos por detrás, y son de esas imágenes que uno no olvida en la vida, jeje, (algunas verjas traen recuerdos diferentes)
Vaya si son feas. El mundo está lleno de ellas y las conciencias también.
Otra delicia, Raúl.