Un día, tuve una idea magnífica. Una idea como nunca había tenido. Me imaginé por un momento que la realidad era ficción y que la ficción era realidad. O mejor, me imaginé que los sueños eran verdad y la verdad sueño. O no: que yo existía sin existir y que no existía siendo. No sé, al final, me armé un lío. Pero la idea volvió a mi cabeza, una y otra vez, de manera nueva y recurrente. Mientras iba pedaleando, saltó desde la rama de un árbol –que estuvo a un tris de llevarme al suelo– y me la transmitió. Diría que la transmisión fue por ósmosis, si supiera lo que esta palabra significa. Pedaleé con brío, temeroso de que se me escapase entre el frío que azotaba mis mejillas. Llegué al portal de casa derrapando. Corrí hacia el ascensor. Las prisas motivaron que las llaves se me resbalasen de las manos dos veces. Abrí la puerta y me senté ante el ordenador que, por fortuna, estaba encendido. Abrí mi tablero de control para escribir la entrada más ocurrente de toda mi vida. Ávido de gloria, penetré en la tramoya donde se crean las historias. Me extrañó una cosa: en la esquina superior derecha, donde figuran mis borradores, encontré una entrada titulada «Casualidad exacta», casualmente exacta a la que yo quería escribir.
Me estuve preguntando un rato, consciente de que las casualidades no existen.
(Imagen de Ryan Gallagher)
Ostras, me has dejado viajando de Segismundo a la duda metódica. Al final, no sé cómo, pero sabía que iba a acabar poniendo "Déjà vu" de Crosby, Still, Nash and Young.
Buenos días:
¿Las casualidades existen o no?.
Leí esta entrada cuando la pusiste, pero nos lo pones difícil para entrar al comentario rápido. Recordé a una persona del pasado lejano, a quien le gustaba tratar sobre este asunto.
Bueno, pues ayer, a las 11,40 exactamente -comprobado en mi domo- me llamó una señorita para hablarme de un tratamiento del agua por ósmosis. Me acordé de tí. Luego, en mi paseo para caminar, me encontré parados dos vehículos, con los logotipos y demás, de la misma empresa pintados en la carrocería.
Una palabra que yo creo no había vuelto a sentir desde el Bachillerato. Me dije: ¡qué casualidad! mañana, sin falta, se lo contarás a Raúl Urbina.
Saludos.