Después de bajarse en la parada de autobús más cercana a su casa, Ana (#1, #8) ha subido con nuevos bríos las escaleras de una segunda planta sin ascensor. Ha dejado el foulard colgado del perchero, al lado de esa cazadora marrón de cuero desgastado que tanto le gusta combinar con los vaqueros. Se ha quitado las botas trastabillando por el pasillo, peleándose con los últimos centímetros de la embocadura del pie izquierdo. Recuerda, al dejarlas en la habitación, el día en que se enamoró de ellas al verlas en un escaparate de una tienda demasiado cara. Las ganas y una oferta por Internet hicieron el resto. Ana se sienta en el borde de la cama y después, pensándolo mejor, se deja caer hacia atrás hasta que su cuerpo rebota sobre el colchón de látex. Le gustan esos momentos desordenados de la llegada a casa, cuando hay tantos pequeños detalles por terminar y tanto tiempo para no acometerlos.
Como tiene por costumbre desde hace tiempo, inhala todo el aire posible, lo retiene en sus pulmones y espira con fuerza. En este caso concreto, mira al techo, presidido por una lampara de Ikea. Después de realizar un breve recorrido por sus desgracias pasadas, dedica mucho más tiempo en su imaginación a los planes que tiene para el futuro. No sabe por qué, en su cabeza pasa de manera fugaz pero insistente la idea de un crucero por el Mediterráneo. Hasta hacía bien poco, asociaba los cruceros a la serie Vacaciones en el mar y a la música del hilo musical, pero ahora tiene ganas de pasar las noches navegando en la comodidad del camarote y los días en la agitación del ir y venir frenético en diferentes lugares, con diferentes idiomas y con diferentes costumbres.
Ahora, Ana se ha levantado y ha cogido un vaso del armario de la cocina. Ha cogido la botella de agua mineral –no es muy sibarita para casi nada, pero adora el paladeo del agua embotellada–, ha llenado el vaso y lo ha llevado a la mesa del salón. Ana se ha sentado en el sofá, con los pies en la mesa encima de un cojín. Ha encendido el televisor y se ha puesto a ver la tele. Cuando estaba con el vaso en la mano derecha y el mando en la izquierda zapeando, un canal ha sintonizado con la armonía universal. Estaban poniendo un documental de viajes. Trataba de los cruceros por el Mediterráneo.
(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)
¡Que haga un crucero por el Mediterráneo, y que pare en Ibiza donde yo puede que sea su guía…! Será una experiencia alucinógena (sin trippies) pero alucinógena mismo así… pero aunque no coincidamos, mis compañeros/as guías tambien son MUY especiales. Es que en Ibiza somos diferentes… Teneis que comprobarlo… Vais a ¡flipar! Besotes, M.
Me da la sensación que Ana no se ha dado cuenta de que es extremadamente sibarita y un pelín maniática… no la tengo manía que conste.
Me gusta Ana, tiene ganas de vivir y adora a Beethoven. En eso nos parecemos. Me recuerda algo a mi hermana, que se llama igual, muy independiente y vital.