Un día fui al médico y, para responderme, me preguntó. Me preocupó porque me preguntó por el sexo. Al principio, le contesté : Varón. Tras la carcajada reprimida, respondí: Poco. Desgraciadamente. Fuimos repasando mi vida a ritmo de lesiones y enfermedades. La calcificación del tendón rotuliano le llevó un párrafo de prosa densa. A mí me hacía más ilusión el desarrollo de la fascitis plantar, pero él cambió de tercio a favor de los ácaros del polvo. Arañitas de mierda, pensaba yo, mientras hablaba de dos cabronas adenopatías inguinales que precisaron cirujía. ¿Fueron buenas?, me dijo. Yo no supe qué responderle. Las adenopatías son muy malas, porque son molestas. Reparando en mi ignorancia, me dijo que lo que quería decír era si eran benignas o malignas, como los tiempos. Yo le dije que eran buenas.
Luego vinieron las preguntas del alma. Yo le pregunté lo obvio para un filósofo, que si existía. Y él me dijo que no lo sabía. Que sólo sabía dónde estaban el timo y el hipotálamo. Decepcionado, le dije que qué había con eso de los 21 gramos. Y él me dijo que no, que todo mentira. Que Descartes llegaba a recolectar cadáveres en busca del alma y lo único que encontró fue mal rollo con los vecinos. Total, para morir de un catarro mal curado. Luego me dijo: Abreviemos. Y yo le dije: ¿Ya? Y él me dijo que no. Que quería saber qué me pasaba. Yo le dije que me cansaba. Que tenía sueño y que no dormía. Que a veces me entraban unas ganas irreprimibles de llorar. Y que me quedaba sin aire, todo él palpitando en el pecho durante unos angustiosos segundos. Él me dijo que no mezclase. Que eran dos cosas diferentes. Pero que tenían la misma causa. Yo le dije que no lo sabía, que no era médico. Y él me dijo: Yo tampoco. Pero luego volvió a sonreír. ¿Ya?, le dije. Y él me dijo que no. Que cómo me comportaba frente a la tristeza. Yo le dije que a veces con ira y a veces con pena. A veces con dolor y otras con desparpajo. Unas con angustia y otras con risa desencajada. Y él me dijo: Normal. Lo suyo es muy duro. Pero pasará.
Ya me levantaba cogiendo la americana cuando me dijo: ¿Usted ha sido así siempre? Yo le dije que no, que de pequeño era más bajito. Y mi madre decía que, al nacer, era muy feo. Que luego fui un querubín y luego, con los granos y la adolescencia volví a empeorar. Él me dijo que si no comprendía las preguntas. Y yo le dije que sí. Que le estaba contestando a lo que me había preguntado. Y él casi me deja por imposible. ¿Cómo definiría su temperamento?, me dijo para sacarme de dudas. Y yo le dije que no sabía si era melancólico, colérico o sanguíneo. Que flemático no. Ni de coña. Pero él me dijo que de eso nada, que eso se lo dejaba a Hipócrates, a Galeno y a sus humores. ¿Bebe?, sospechó. Yo le dije que no, que no me gustan las bebidas fuertes. ¿Con qué frecuencia? Le dije que una caña a la semana. Y vi, estirando el cuello, que tachaba la casilla de alcoholismo.
Yo me preocupo mucho, le dije. Porque a veces bebo una caña y pienso que qué pasaría si me tomaba otra y luego otra. Él me dijo que, entonces, me habría emborrachado. Y yo le pregunté que si no era peligroso. Él me dijo que depende. Que, en mi caso, no lo creía.
Luego se levantó y me dijo: Nos vemos dentro de dos meses. Yo le pregunté: ¿Ya? Y él me dijo: Sí. ¿Me voy sin saber lo que me pasa?, le dije. Y él me dijo que no. Que me lo decía, pero al oído. Que no se fiaba de la enfermera, que estaba a punto de entrar. Yo me acerqué para escuchar sus susurros. No entendía nada, pero supe que me pasaba algo (que estaba sordo), pero no sabía si tenía alguna otra dolencia.
Al final, salí de la consulta y respiré hondamente mirando el cielo. Cuando me fijé en los demás, me fijé en que los demás se fijaban en mí. Todo un lío sospechoso. Me di la vuelta para ver si me perseguían, hasta que descubrí por detrás a un tío cuarentón, con la mirada perdida. Se parece a mí, pensé. Y seguí caminando.
(Cuadro de Joan Miró encontrado aquí)
cuando estamos tristes siempre es por algo, o por nada, por alguien, o por nadie….da igual. Los médicos no tienen ni puta idea de sentimientos, igual no la quieren compartir con nosotros. Mejor te alegras la vida con las cosas bonitas e importantes que tienes en ella.
Si encuentran algo más maravilloso que la mente humana, no duden en ponerse en contacto conmigo
Cojonudo.
Más de un momento pensé que estaba leyendo a Millás.