Indigente. Acera Fragmentos #14

alone

Es una mujer gorda. Apostada entre dos coches a las siete menos cuarto de la mañana. En una mano sujeta una botella de plástico con la que vierte unas gotas de agua al cepillo de dientes de la mano derecha. Se inclina despacio pero, aún así, no puede evitar que el agua resbale por las comisuras de sus labios hasta colarse por el cuello. Luego se ha bajado la ropa interior. Se ha agachado y ha orinado con ruda presteza. Ha finalizado su ritual de aseo personal con chorros de agua enfocados a la cara, con indiscriminada generosidad hacia sus ojos, hacia su frente, hacia sus mofletes.

La mujer se ha acercado al banco público de madera para recoger una manta, un saco de dormir y un plástico demasiado fino con el que intenta protegerse de la humedad. A veces tiene que dormir en el césped de un jardín. O en la hierba a orillas del río. Ha doblado el saco de dormir con una perfección que asusta, así que ha podido deslizarlo hacia la funda con una facilidad no pronosticable de fijarnos solamente en sus manos, rechonchas y llenas de costrar extrañas. Sin despertador posible, todas las mañanas se despereza a la misma hora, cuando el frío acumulado a lo largo de la noche le hace levantarse. Cuando el miedo a las agresiones -todavía guarda una cicatriz de veinticuatro puntos en la espalda gracias a una paliza propinada por unos jóvenes demasiado finos-. Cuando la vergüenza, que todavía no ha podido huir de su yo profundo le transmite la posibilidad de ser vista por mucha gente.

La siguiente parada será la estación de autobuses. Allí se calienta y contempla todo el trasiego de gente que marcha hacia sus destinos. Cómodos y seguros. Antes alternaba estas estancias con la estación de tren, pero ella vive en un territorio bien demarcado y conocido. Todo lo que pueda andar un cuerpo castigado con una inmensa mochila y una bolsa de deporte durante no más de veinte minutos. En los momentos de calma, se acerca al cuarto de baño para mirarse en el espejo. Todavía piensa quién coño será esa vieja que la mira de frente a ella, una mujer de treinta y cuatro años.

Un poco más tarde, se repantinga en un larguísimo banco de piedra casi en el centro de la ciudad. El cruce rápido de los coches, los viandantes que se dirigen hacia sus trabajos le hacen pensar lo despacio que marcha su vida. Un marido que le quitó todo lo que tenía. Las duras bofetadas en un rostro que empezó a cruzar las vías de la miseria y de la delincuencia menuda.

Ahora ha dejado el alcohol y bebe cantidades ingentes de agua. Las limosnas que no pide alcanzan para el bocadillo, un poco de embutido, piezas de fruta casi podridas abandonadas en los contenedores del mercado. Los comerciantes, a veces, le dan algún extra. Un lujo que le hace saborear todo lo que se pierde cada día de su vida.

A eso de las cuatro de la tarde, ha visto a un hombre de unos cuarenta años, embebido en sus catastrófes, en sus obsesiones y cavilando sobre lo mal que funciona el mundo a cada instante. «Qué suerte tiene tu cuerpo. Hijoputa», le ha dicho. Por la acento, el hombre ha sabido que era portuguesa. Ha mirado de refilón y ha seguido su senda hacia ninguna parte.

(Imagen de Libertinus)

(Puedes ir leyendo la secuencia de Fragmentos para una teoría del caos de forma ordenada pinchando aquí)

6 comentarios en “Indigente. Acera Fragmentos #14”

  1. Soledad es una palabra dura, repleta de silencios y decepciones. Este mundo debiera saber arreglarse y lavar sus miserias, peinar las greñas de la justicia y vestirse de igualdad sin necesidad de uniformes. Es una tarea de todos fabricar, y trabajar en ellas, las tendencias para que eso sea posible.

  2. Ese hombre ha tenido mucha suerte porque le han recordado una vez más (ya van 500) que de que se queja… esta puede que sea la definitiva para que descubra que es feliz. porque lo tiene casi todo. 🙂

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