Hoy he entrado en el océano de la vida dando un traspié. Ante la duda entre el pie derecho o el pie izquierdo, parece que mi cabeza ha optado por la peor de las alternativas, que es no elegir. Y mi cuerpo, en caída libre, se ha estampado en el suelo, hasta que uno de mis mofletes -no recuerdo cuál- se ha visto pegado al barniz del parqué. Primero ha sido el moflete y luego la con(s)ciencia -sí, el conocimiento inmediato que he tenido de mí mismo a través de un acto y, sí, mi capacidad de verme y reconocerme a mí mismo y juzgar sobre ese reconocimiento-, cuando el ojo ha comprobado que el suelo estaba demasiado cerca. Cuando estás ante el resultado de un tropezón, dedices pensarte las cosas dos veces y no te levantas de forma súbita, sino que dedicas unos cuantos segundos a reflexionar pausadamente sobre tu impericia, pero también tus cábalas acaban dando vueltas al sentido de la existencia y sus destinos. Dices: «Joder, qué torpe soy!, pero también: «¿Por qué yo, por qué a mí?», así que de un simple incidente doméstico al socaire de la cama acaba saliendo un nuevo apéndice a la Crítica de la Razón Práctica.
Lo bueno de los tropezones es su ambivalencia. Porque en los traspiés, como en la vida, tus errores te pueden llevar a muchas cosas -en gran medida malas-, pero de vez en cuando te tropiezas con un tropezón -sí, ese pedazo pequeño de jamón u otro alimento que se mezcla con las sopas o las legumbres-, y le das tres vueltas en la boca, y lo masticas, y lo degustas. Y así, hasta la próxima vez que te caigas de la cama -de la que, por cierto, no me caído esta mañana-.
(Imagen de Visentico/Sento)
Me metí en la nube de etiquetas, y estuve viajando por tu blog, en algún post dejé algún comentario, me ha gustado mucho.
Salu2.
Hola:
Vengo del Diario Digital La Palabra, para ojear tu blog.
Yo creo que los tropezones, nos ayudan a aprender, y aunque volvamos a tropezar, seguiremos aprendiendo, unas veces, nos levantaremos antes, otras veces, más despacio, pero de todos, debemos salir adelante.
Salu2.
Pues para no haberte caído, tu tropezón parece muy auténtico, será el traspiés de mañana, haces bien en prepararte. 😉
A veces tropezar es acertar, otras no tropezar es pegársela más fuerte. La casualidad puede resultar más científica que la causalidad.
Muy, muy bueno. – para variar- .
¿Por que será que efectivamente cuando nos caemos, cuan largos somos, no nos levantamos como un resorte, si no que nos tomamos un par de segundos antes de intentar erguirnos…? Sobre todo si es delante de testigos.