En pleno delirio de ruptura (y rotura) surrealista, dicen que Jean Cocteau, ante la pregunta de qué cosa preservaría del Louvre en caso de incendio, contestó que salvaría, sin lugar a dudas, el fuego. En la misma senda, Salvador Dalí contestó a una pregunta similar en una entrevista. Esta vez puesto en peligro el museo del Prado, contestó que salvaría el aire de Las Meninas de Velázquez. Siempre me han dado envidia las respuestas ingeniosas, pero no obsta para que sean chuminadas. Aunque las dos contestaciones puedan parecer equivalentes, la de Cocteau es más una chuminada ingeniosa y la de la Dalí más una ingeniosa chuminada. En la primera, el afán rupturista rompe con todo; en la segunda, el afán provocador rompe con todo… pero se queda con un elemento del arte. No es lo mismo la nada que la Nada. En cualquier caso, en el triste supuesto de que el Louvre o el Prado se quemasen, dejarían en los rescoldos mucha chusma, mucha avalancha turística y mucha tiendencita de recuerdos… El fuego de los museos sólo sería el fuego de los dioses con el incendio a llamaradas de las obras en soledad, crepitando pinceladas y aceites, destilando los trazos magistrales. Las pavesas de los maestros serían fabulosas, agitándose por un aire que ya no les pertenece y al que evocaron. El aire de Las Meninas se mezclaría con el aire para comprobar que ambos eran idénticos. Y la Gioconda podría al fin descansar de tantas miradas indiscriminadas y obscenas. Tras los devaneos de Cocteau y Dalí con alguno de los cuatro elementos, nos restan dos ingenios que preserven nuestro mundo artístico, en pleno cambio climático, con la tierra de nuestras pisadas, con el agua de las brazadas que nos restan por nadar. Sólo entonces conseguiremos que Empédocles sonría desde sus ideas. Desde la Eternidad. El Amor y la Discordia harán el resto.
Esta entrada se inserta en el contexto de algunas reflexiones sobre las obras maestras que he mantenido en las entradas «Discutiendo sobre obras maestras», «El silencio y la muerte» y «Esto ya lo conozco».
(La fotografía de la entrada es de mi hijo Alberto y las anécdotas de Cocteau y Dalí las he recordado gracias a Jordi Guzmán)
Me aflige el pensamiento del fuego devorando el arte.
Pienso en los artistas que murieron más pobres que las ratas, para que sus obras, que alcanzaron un valor incalculable a posteriori fueran pasto de las llamas..
Vivir por una pasión
En este momento me parece contradictorio.
El arte ya es un producto de consumo mas. Besotes, M.
Lo que más perjudica a algunod de los grandes maestros de cualquier arte son sus opiniones. Se les llena la boca de jilipolleces, sobre todo desde que existen los medios de comunicación y las amplifican. Ser ingenioso significa a veces lo mismo que ser estúpido, aunque eso depende también de quién sea el propietario de las palabras.
Las tuyas, gracias a las diosas, están llenas de sentido común.
Besotes.
Jajajajajaa Mafaldia, otra vez coincido contigo
Todo esto es una sencilla estupidez… o una estupidez sencilla, me quedo con la segunda.