Pallor, algor, rigor, livor. No son nombres de una novela barata de seres fantásticos.
Palidez. Frialdad. Agarrotamiento. Color azulado. Son las palabras de lo que somos cuando no somos. La muerte habla latín. Nuestra sangre no fluye, desaparece de nuestros vasos cutáneos. Nuestra temperatura corporal desciende y el termómetro no volverá a indicar -ya- la normalidad de nuestros treinta y seis grados y medio: el descenso vertiginoso tiende a cero. Nuestro cuerpo se vuelve inflexible, mucho más que cuando nosotros creíamos que no dábamos un brazo a torcer. Nuestra sangre se sedimenta, desciende y se aloja en las simas de nuestro vacío para convertirlo en algo azul, como el mar.
Somos la bomba, hasta que dejamos de serlo. No hay nada fantásico. Todo es natural, como la vida misma. Amén
con equis
En esas circunstancias y si pudiéramos torceríamos todos los brazos y haríamos mil genuflesiones más…
Chiquillo, qué tétrico… Besotes, M.
Todo, en efecto, es natural. Y sencillo.
un realismo que mata…