Siempre he pensado -y, directa o indirectamente, lo he reflejado mil y una veces en este blog- que ni la historia es la maestra de la vida ni siquiera es el mejor elemento estructural para comprender el mundo. Los que así piensan caen, a mi juicio, en dos errores de base: primero, pensar que la realidad es siempre objetiva y, segundo, poner siempre por encima la realidad a nuestros sueños. Yo pienso justamente al revés: la ficción es la maestra de la vida y se me antoja el mejor elemento estructural para comprender el mundo. Como las ficciones no las construyen los marcianos -incluso las ficciones de marcianos las construimos nosotros-, como las ficciones son tan elementalmente nuestras, reflejan y explican mejor que cualquier cosa todos los grandes horizontes de nuestras vidas, todos los grandes interrogantes de nuestra existencia y todas las maravillas y lacras que constituyen nuestra esencia personal y social.
Yo, que siempre he pensado esto y que he aprendido muchísimo de la vida gracias a las ficciones, me he dado cuenta en estos últimos días de que hay ficciones que hemos percibido siempre como intrínsecamente nuestras pese a no haberlas vivido. Y también he percibido que llega un momento en el que todas nuestras vivencias han sido ya escritas, contadas, explicadas. Eva al desnudo es una de esas películas (entre otras cosas, porque su director, Joseph Leo Mankiewicz es un experto en contar la vida y los sentimientos íntimos de las personas). No es cosa de contar con detalle el argumento, porque el mejor favor que puede hacerse a alguien que no haya visto la peli es decirle que deje inmediatamente de leer estas chorradas y compre-alquile-saque prestada-o lo que quiera la susodicha. Baste decir que el filme trata el tema de la traición desde una perspectiva inigualable: la traición de base, iniciada desde la perfidia del falso respeto y adulación, de la imitación y usurpación, y consumada con la serena delicadeza del aprovechamiento de los momentos débiles del oponente. Es la zancadilla elegante del que echa el pie para delante en el marasmo de la multitud para luego llevarse la mano a la boca con la sorpresa del batacazo mayúsculo. Considero a All about Eve como la más moderna de las ficciones de la traición, con una explicación mucho más próxima a nosotros que la de Judas Escariote o la de Marco Bruto, que tampoco tienen desperdicio (nunca el beso y el puñal han estado tan próximos).
Vivir de espaldas a la realidad cobijado en los mundos de la ficción tiene, qué duda cabe, unas desventajas manifiestas. Entre otras, que estés tan obcecado viendo asesinos en la pantalla cada vez más plana y en las páginas cada vez más libres de cloro de los libros que no llegues a ver cómo se acercan a tu puerta. Ahora bien: el acto de vivir ficciones tiene otra ventaja inigualable. Que siempre encuentras en ellas historias para vivir nuevas vidas. Y Eva al desnudo está muy bien, es una obra maestra y es, como he dicho, una manera muy moderna de descubrir las acciones humanas. Pero yo soy un antiguo al que le fascina el folletín decimonónico. Quedo maravillado ante Scaramouche (tanto el literario de Sabatini como el cinematográfico de George Sidney, que son distintos siendo iguales), pero tengo desde pequeñito un héroe al que adoro sobre cualquier otro: El conde de Montecristo. Así que cuidadito, que es fácil desterrar del Paraíso a todas las Evas que, una vez privadas de todos sus ropajes, se muestran tal y como son: desnudas e indefensas por el mundo, víctimas de su propia tentación. Ezequiel, 25, 15-17. No todo el mundo es Margo Channing. Y la historia contemporánea se inició con la Revolución Francesa.
(Imagen de Ramón Gris)
Chico, la foto me ha impactado… Besotes, M.
Eva al Desnudo y el Conde de Montecristo. Qué dos novelas/films maravillosos/as sobre la venganza. Aunque no sean politícamente correctos/as. "Eva al Desnudo" simplemente era la historia de una trepa queriendo llegar a lo más alto por encima de los cadáveres que hiciera falta mientras que el Conde tenía toda la razón del mundo en buscar su venganza. Yo hubiera hecho lo mismo que él. Besotes, M.