No. No voy a escribir Panem et circenses (pan y circo). No quiero perder más lectores, ni más amistades. No quiero pasar por un bicho raro. No tengo ninguna intención de que me señalen con el dedo acusador de «Mira ése: el rarito» Por lo tanto, no voy a escribir aquí que no me gusta el fútbol. Es más, no voy a escribir aquí que esta inapetencia se acerca más al odio que a la indiferencia. No voy a escribir que odio confundir el conocimiento con la especulación, conjetura o deseo cuando le preguntan a un forofo (o un político: ¿hay alguna diferencia?). Tampoco diré que pienso que el delirio por un deporte de masas (por eso de mucho, por eso de medios de comunicación de ídem) suele menguar la afición y defensa de otros deportes más pequeños.
Pero sí voy a decir una cosa. Mis amigos, mis íntimos, piensan que no es cierto, que lo digo de coña. Que es una boutade. Pero no: me gusta mucho más el curling (podéis descargar aquí un CD demostrativo de la Federación Mundial de Curling) que ese otro gran deporte de masas. Lo juro. ¿Que es como la petanca, pero sobre el hielo? Ni de coña: la elegancia del lance, el brío del barrido (¡qué bonito barrer cuando no quieres quitar el polvo, ni la inmundicia!). Pero, sobre todo, volver. Deslizándote sobre la suela de ese zapato elegante -de nuevo- hacia la línea de salida.
¿Y el circo? Me entero de que los grandes simios tienen -ya- derechos. Me entero de que tendrán derecho a la vida. A la libertad. A no ser torturados. Ya no podrán actuar en circos, ni en grandes espectáculos. Y, por un breve momento excepcional en mi vida, me pongo a pensar: en los trapecistas, en los niños que actúan de payasos, en esa jovencita malabarista, embebida en el girar imposible de miles de aros. También pienso en los domadores de pulgas, que no tienen (las pulgas, me refiero; los domadores, que se jodan) derecho a la vida. Ni a la libertad. Ni a dejar de ser torturdas por nuestra inquietas manos.
Y pienso en los grandes espectáculos. En circos romanos, en circos de feria y en circos humanos. Y pienso en veintidós grandes simios en pleno espectáculo (sin ofender: al fin y al cabo, ya nos han equiparado). En miles de grandes simios vociferando «¡A por ellos! Y pienso en el curling, y en las pulgas saltarinas. Y, como no entiendo nada, intento volverme para casa deslizándome sobre un pie. Con una elegancia extrema… hasta que tropecé. Y me caí. Y me hice daño.
(Imagen de Alanna@Vanlsle)
El "curling" es un deporte que se practica mucho en Canada. Es muy popular. De origen escocés (creo) es muy divertido verlo. Otro deporte que se practica en ese país es el "Lacrosse" originario de los indios Iroquois (creo pero es de una tribu india canadiense, eso seguro) es el antecesor del hockey sobre hielo. Mi amigo Michael E. (el estudiante de medicina que trabajaba como ballenero en el norte de British Columbia durante los veranos) lo practicaba en la Universidad de Toronto. Le vi jugar varias veces y era un deporte muy, muy entretenido. Besotes, M.
Curling…eres un cachondo Raul ¡¡¡¡ 🙂
Pues, a mí el fútbol no es que no me guste, es que me da miedo. Si de pequeño jugabas mal, ya eras el tontito de clase, y era fácil que el balón acabase estrellándose en tu cara. Pero aún así, y pese a todo, intenté acercarme a él en varias ocasiones ¿Cual sería la magia del fútbol que le hacía más importante que ver parque jurásico estreno en televisión? Tenía que averigüarlo. Pero no lo conseguí.
Y es una pena. Creo.
¿Entonces con eso de los monos dices que igual acaban prohibiendo el fútbol?
Excelente entrada.
A mi que me gusta el fútbol (lo que queda de deporte de él) pero odio la parafernalia que le rodea. Tengo la sensación que todos esos principios de deportividad y que lo importante era participar y divertirse se están esfumando a marchas aceleradisimas imponiendo el odio y el aplastamiento del contrario.
Viendo lo capaces que somos de comportarnos como unos verdaderos animales la mayor parte del tiempo veo una injusticia que se tengan más en cuenta a los simios (aunque más inteligentes también son animales al fin y al cabo) que a las personas que durante siglos nos hemos estado comparando a ellos para regocijarnos de que somos una especie superior.