Nuestras vidas son los ríos narrados que van a dar al mar, que es contar nuestro sentido al final. O, lo que es lo mismo, nuestra vida es la vida única e irrepetible del argumento ya contado. Lo decía Borges en el cuento titulado «Los cuatro ciclos»: “Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.” A nosotros, los que habíamos nacido en el siglo del cine, parecía aguardarnos la esperanza de que fuera distinto, pero es lo mismo. Siempre lo mismo. Jordí Balló y Xavier Pérez escribieron La semilla inmortal, en la que devolvían a nuestros corazones toda la historia del cine y, por lo tanto, toda nuestra historia, amarrada a un número muy reducido de argumentos que eran modernos porque son clásicos. Siempre hemos buscado tesoros; hemos tenido un hogar (interno o externo) al que intentar retornar; nos hemos esforzado por crear nuevas patrias o impelidos a extendernos por nuevos territorios. Y nos hemos topado tanto con benefactores desconocidos como con malignos destructores, que nos han tentado y con los que -a veces- hemos pactado. Hemos buscado la venganza templada o sedienta de humores sanguíneos con tanta fuerza como la que hemos derrochado buscando en el amor la sensación prohibida, el sentimiento que nos redime o la seducción incansable. Ebrios de poder, intentamos desdoblarnos en múltiples seres, pero también conocernos a nosotros mismos. En el camino, hemos intentado crear vidas desde la humanidad o desde el artificio. Y lo mismo nos da por escalar hacia el cielo que nos empecinamos en descender a los nuestros infiernos.
Mira que lo decía Platón en un bello pasaje del Fedro, del que Balló y Pérez extraen el título de su libro: «se plantan y se siembran en ella [en el alma] discursos unidos al conocimiento; discursos capaces de defenderse a sí mismos y a su sembrador, que no son estériles, sino que tienen una simiente de la que en otros caracteres germinan otros discursos capaces de transmitir siempre esa semilla de un modo inmortal, haciendo feliz a su poseedor en el más alto grado que le es posible al hombre.” (Platón, Fedro, 276e-277a). Algunos científicos se enorgullecen de haber logrado que germine una semilla de palmera de hace 2.000 años. Pobres incautos. No saben que esa semilla, como nuestras vidas, germinó en el momento de ser contada. Del brote, de los frutos, todavía no sabemos nada. Somos una historia ya contada. Pero hay una pequeña pega: al final, no sabemos cómo va acabar.
Parque Jurásico al caer
Cierto, y muy bien descrito. Enhorabuena. Un saludo. Manzacosas
Me temo que sí sabemos el final porque sólo hay uno posible, no obstante a pesar de que el argumento de nuestra vida el guionista ya lo escribió hace tiempo, nos quedan siempre páginas por leer, todo eso lo hace muy interesante ¿no?
Ese es el misterio, querido Raúl, ¿cómo acabará? creo, que como todo, con la muerte… Besotes, M.