Dionisio va a pasar la última noche de su soltería a un hotelito de una ciudad de provincias. Se va a casar con su novia de siempre, Margarita, a las ocho de la mañana (sólo en eso se parece a mi padre: dijo siempre a sus amigos que se casaría pronto… y se casó con mi madre a los veintiocho años pero las nueve de la mañana). Desea de todo corazón que transcurra esa noche vacía para llegar al auténtico contenido de su vida, pero una jovencita (Paula) que escapa de su novio negro invade su cuarto. Y la noche vacía empieza a llenarse de situaciones absurdas, personajes variopintos, fiestas, desenfrenos e -incluso-, fraudes. Y lo mismo que se llena la habitación de Dionisio, su alma va descargándose de los prejuicios y hábitos burgueses para sentirse atraído por las sirenas del mundo de la farándula, siempre emergentes en el anochecer. La magia de la eterna juventud, el atractivo de una vida sincera y plena, el embrujo de un amor ingenuo y puro acompañan al champán para embriagar a Dionisio en un presente que ya es futuro. Su realidad estaba atrincherada en las nobles virtudes, el cliché burgués y el hastío inconsciente sólo amparado por el dinerito de su familia política. Y su futuro tras la boda queda dibujado por el padre de su novia, don Rosario, tiempo venidero en el Dionisio tendrá que levantarse a las seis y cuarto de la mañana para desayunar unos huevos fritos que detesta. Frente a ese negro porvenir, está la playa inminente, los castillos de arena, los viajes, las canciones de amor tiernas y sinceras.
Este es el esquema y planteamiento de Tres sombreros de copa de Miguel Mihura, obra maestra del teatro español del siglo XX. He tenido la suerte de verla representada en dos de los montajes de Gustavo Pérez Puig y también el honor gustoso de acompañar a la risa de muchos de mis alumnos en una lectura en voz alta intercalada con las reflexiones en susurros sobre la obra. Probablemente no hay obra de teatro que me haya hecho reír más y, desde luego, ninguna comedia me ha hecho tener tantas ganas de llorar al llegar al final. No voy a destripar el argumento para el que no haya emprendido la aconsejable aventura, pero la obra acaba bien acabando mal o acaba mal acabando bien (yo más bien, soy partidario de lo primero). El nombre de Dionisio nos remite al dios griego de la alegría desbordante de la vida, que parece la antítesis de lo que ha sido el transcurso de la existencia del protagonista y lo contrario de lo que le augura. Pero ahí está el sombrero de copa, que es un símbolo ambivalente tanto de la etiqueta más estricta y convencional como del mundo del espectáculo y el musical… Y Dionisio, en esa noche loca, es el único eslabón entre un mundo apático y gris que tenía asimilado (y que ahora empieza a detestar) y una vida consolidada en el presente con unos toques de alivio y placer futuros.
Todos, alguna vez, nos hemos encontrado en la encrucijada. En la encrucijada que marca dos sendas, la de los dos huevos fritos que detestas y que tienes que tomar por obligación a las seis y cuarto de la mañanas y la senda de tener todo el tiempo del mundo para tomar unas ricas tostadas untadas de una mantequilla que hace resbalar el convencionalismo de las mentes serias, biempensantes e inmensamente aburridas.
¡Que comience la función!
(Imagen de rattyfied)
Esa es una obra de Mihura que no he visto pero seguro que es genial. En el tema de las encrucijadas yo siempre tomé el camino de la soledad y la tostada… Besotes, M.
Al menos, al pobre Dionisio, en la encrucijada, le tocaban la trompeta antes de dormir. A mí, cuando tengo que tomar una decisión de esas nadie me dice que mire por la ventana, a ver esas luces en donde alguien hizo "plim".
Qué obra.
Hola. Mihura es uno de esos autores grandes y desconocidos, lleno de un humor sutil y costumbrista en su época. En todo caso, esas cosas no me han pasado a mí. Lástima. Un saludo. Manzacosas