“Porque sueño no lo estoy. Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño. A ti la dama, la audaz melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar… te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira, que tú misma, me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud, no era como el viejo interludio y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad.”
Este es el fragmento talismán de Léolo, la película (podéis leer una interesante crítica aquí) de ese genio canadiense llamado Jean-Claude Lauzon (fallecido en un accidente de aviación a los cuarenta y cuatro años: ¡lo que le hubiese quedado por contar a este hombre!. Mira que la vida es perra). Porque sueño, yo no estoy loco…
El sueño nos priva de la locura, que es tanto como decir que nos aleja de esos ríos infernales, del que Leteo es muestra y paradigma. Quevedo se negó a cruzar el río del olvido aceptando las leyes del olvido para emprender ese viaje de vuelta imposible («nadar sabe mi llama el agua fría / y perder el respeto a ley severa»), mientras Baudelaire estaba más que tentado a darse un chapuzón en esas aguas que borran la memoria («¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir! /En un sueño tan dulce como la muerte». La confusión metafórica de la muerte con el sueño engaña nuestra existencia, la bordea del símbolo de la mentira. Convierte el sueño en algo pasivo, quieto y sin sentido. El ensueño (palabra que, paradógicamente, procede de insomnio) de la vigilia, el dulce sueño alejado de la pesadilla, el pálpito que nos regala nuestra dura cabecita cuando se niega a pensar que su función sea pensar y pensar, nos alejan de la locura porque nos sumergen en ella.
Sabemos que soñamos porque alguna vez estamos locos, sabemos que estamos tenazmente despiertos porque muchas veces nos asalta la locura. Mientras sueño, yo no lo estoy. A veces, me veo en el trance de dormirme y recorre mi cuerpo la parálisis del sueño: mis músculos se relajan y siento que caigo por el precipicio. Otras veces, sueño que me despierto y me encuentro con un asqueroso aparato tronando en mis manos. Hay ocasiones en las que me despierto en medio de la noche y, contradictoriamente, bebo para mear o meo para beber. Y, ahora mismo, en el cauce del día que lleva hacia la noche, no sé en qué lado de la orilla me encuentro. Estoy preparado para nadar y para sumergirme, para pensar y para soñar. En el caso de que me duerma, se ruega que nadie me moleste.
Me parece que los de vuestra generación tomais DEMASIADAS pastillas… Besotes, M.
Insomnio o ansiedad, una de dos, las dos juntas…
Ahhh Baudelaire
Lo de despertarse sin consciencia de uno mismo y no tener claro cual de las tres cosas requieren atención inmediata, requiere unas etiquetas fosforescentes, sonoras… algo así.
Un buen pastillón resolvería la angustía de lo anterior, aunque se amanezca en extrañas circunstancias…