Para los que crean que estas entradas son un mero juego literario, les diré que, en efecto, lo son. Entre otras cosas, porque los juegos literarios no son sino los juegos de la vida y, por lo tanto, la vida misma. Y para muestra, un botón. La bilirrubina es una canción que me rondó en la mente y en el corazón durante seis largos meses de mi vida. Y no por las razones pegadizas por las que todo el mundo la recuerda, sino por mis propias circunstancias vitales. Por motivos que no vienen al caso aquí (pero tras los que se agazapa uno de los enemigos a los que más odio, la amoxicilina-clavulánico que, como los malvados, tiene un alias: «Augmentine»), sufrí una hepatitis tóxica hace cuatro años. Yo, que soy un tipo más bien sano, me cuido en todo, hago ejercicio, casi no bebo y que las peores empresas que acometo quedan en la imaginación, empecé a notarme extrañamente cansado, con un cansancio que no se puede expresar con palabras y comencé a tener unos picores que no procedían de la piel, sino que parecían surgir del propio infierno interior. Pasé unos días fatales en casa, pero fue en el trabajo donde me empezaron a decir que tenía muy mala pinta, que tenía un color raro… En uno de los episodios de House, éste le decía a un paciente con un caso parecido: «¿Qué me pasa, doctor?». «Nada, que en su casa no le quieren… Tiene un color extrañísimo y no le han dicho nada, lo que significa que pasan de usted como de la mierda». No sé yo si este era el caso, pero lo cierto es que en el hospital me diagnosticaron una hepatitis morrocotuda y yo acabé tan amarillo como sólo lo puede estar un Simpson hepático perdido o como alguien que tiene en la sangre cuarenta veces más bilirrubina que una persona normal, tal y como era mi caso. Mientras caminaba por el pasillo del hospital, arriba y abajo, amarillo-anaranjado hasta el blanco de los ojos, abajo y arriba, no hacía más que canturrear para mis adentros «Me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras». Y, desde entonces, he asociado la bilirrubina al hígado (obviamente), al hígado metafórico y a la desesperanza, el cariño y al amor perdido. Hoy, totalmente curado de hepatitis y de espanto, miro, Irina, tus ojos; miro, Irina, tus labios; miro, Irina tus bonitas porciones y desórdenes de pelo, y no puedo evitar cantar, esta vez a pleno pulmón, esta vez desde el convencimiento, esta vez desde la seguridad de querer a lo que existe desde lo que se erige y se desvanece, que me inyectaron suero de colores, que me sacaron una radiografía. Que, a la postre, me diagnosticaron mal de amores al ver como latía mi corazón. Que me trastearon hasta el alma con rayos X, con cirugía. Pero la ciencia, Irina, no funciona. Sólo tus besos, vida mía. Inyéctame tu amor como insulina y dame vitamina de cariño. Porque me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras. Y no lo quita la aspirina, y mucho menos un suero con penicilina (la muy jodida, lo pone peor). Y todo esto, Irina, mientras escucho a Pedro (Guerra) y cuando te miro y tú no me miras. Y así, la bilirrubina tras la que vislumbré antaño la desesperanza, es hoy el amarillo más cercano al sol, que es nuestra fuente más cercana de alegría y de calor. Nunca he amado a nadie tanto como en estos días al transporte urbano.
(Chipirón negro, que nunca se ha ido, vuelve a atacar con saña. Lo advierto para sus partidarios y detractores. Mañana, los resultados.)
Jeronima, tienes razón, hay tantos "Guerras" famosos que me armo un lío. Menos mal que no dije ¡Alfonso! Aún no estoy tan gagá. Buena señal. Besotes, M.
Perdón por la intrusión…pero era Juan Luis Guerra, el del merengue, y no Pedro Guerra, mi canario preferido.
No me lo confundan "porfaplis"
Abrazotes.
Lo que te pasa es que te has enamorado, y todavía no sabes de quién. La pagas con Irina, pero no es élla…. piensa un poco. Un saludo. Manzacosas
– De acuerdo con Merche, yo también quisiera ser un pez….
– Tendrás a chipirón celosa y bilirrubinosa también, con lo que se lo curra. Ingrato y desagradecido, bueno, ¡ánimo chipirón, siempre puedes intoxicarle con tu tinta!
– Qué desperdicio dedicarle exabruptos a esta señora, que carece de vida en los ojos y sensibilidad en los oidos.
Me he perdido con lo de "chipirón negro" (debe ser cosa vuestra, de los de Burgos). La canción que más me gustó de Pedro Guerra era la del pez queriendo entrar "en tu pecera"… ¡Preciosa! Besotes, M.
me pregunto si admites peticiones de textos a partir de canciones, piénsalo.
ya era hora de saber que chipirón negro sigue vivo, ya me preguntaba si no íbamos a saber más de ella…
En efecto, Raúl: no hay nada como una buena marquesina en tiempos de lluvia…