Un día, buceando en lo que sería probablemente una apacible y sosegada mañana de una tarde de verano, me encontraba sumergido en el día a día. Buceaba requebrando las dificultades, en lo más hondo de mi vida y con la mirada atenta y pendular del que quiere verlo todo a través de ese cristal. Me había pertrechado con todo el material necesario en una tienda especializada llamada Filosofía, sentido y dimensión existencial. Había otra tienda en frente, mucho más barata, que se llamaba Moralidades vacuas y autoayudas, pero me habían dicho que los productos eran de peor realidad y que, al final, amortizabas tu compra si ponías de tu parte un poco más de sacrificio. Estaba tranquilo viendo un espécimen ignoto, de colores vivos y mirada fija, cuando el manómetro me indicó una presión elevada y el profundímetro atestiguaba que había llegado demasiado lejos. Justo entonces, el regulador vital me empezó a fallar y mi desasosiego e imprudencia me hicieron olvidar todas las tablas de descompresión y ascendí demasiado rápido. Tenía una sensación angustiada y una necesidad imperante de abrir la boca y respirar aire puro.
Cuando llegué a la superficie, me encontraba tan mal que tuve que acudir al especialista urgentemente. El terapeuta se sentó en un sillón, yo me puse en frente, en un cómodo sofá. Él me preguntó por lo que me había pasado y yo le conté con detalle los sucesos, uno a uno. Con un rostro que no quiso revelar nada, sólo dijo una palabra: aeroembolismo. Yo puse una cara muy extrañada, ni siquiera llegué a decir nada: una pequeña arruga torcida en la cara demostró que no llegaba a entender lo que me decía. Entonces, el médico me comentó: «Aeroembolismo. Es una enfermedad tristemente común entre vosotros, los que vais buceando por la vida. A veces, intentáis salir demasiado rápido a la superficie y la sangre se os llena de aire, como la gaseosa». Me preguntó si buceaba demasiado tiempo, o si en un mismo día me zambullía muchas veces. Yo le dije que sí, que me gustaba. Que en las profundidades me sentía feliz porque la presión oprimía el cráneo, pero sólo veía lo que deseaba ver, lo que deseaba entender». Él me dijo: «¿No será esto una manera de escapar?» Ni siquiera le contesté, porque la respuesta era obvia, pero sí hice una apostilla: «Lo extraño es que me gusta sumergirme, pero luego ansío volar. O me gusta bucear en agua gélida, y sigo y sigo hasta el agotamiento». Él entrelazó sus manos, movió la cabeza en un ademán casi imperceptible, puso una sonrisa que no lo era (yo creo que era una manera ambigua de señalar que me encontraba entre el diagnóstico de manual y una manera cariñosa de mostrar empatía), y me dijo: «Lo curioso es que los que padecéis aeroembolismo vital, de tanta agua, os deshidratáis. Vamos a hacer lo siguiente: te vamos a insuflar bien de oxígeno en botellas de a medio litro, te vamos a dibujar a mano alzada y con caricias el movimiento de tu corazón y, si eso no es suficiente, te introduciremos de lleno en una habitación llena de huríes que vaporicen de tus venas las burbujas de infelicidad. Te advierto que hay que ser realistas: este mal sólo se previene si limitas la profundidad de tu buceo, si alternas la inmersión con el ansia de despegar. Y, sobre todo, es fundamental que sigas con el protocolo convencional». Yo le dije que no, que paso, que bucearé lo que me dé la gana, que cuando sienta los síntomas me chuten bien de oxígeno, me invadan de caricias y las mil huríes, que me gusta pasar del frío al calor y del bien al mal, del abismo a lo estratosférico. Y que cuando sienta dolor en el alma mezclado mareos, confusión y tos severa me cure con mi pena o siga viviendo hasta reventar. Será como agitar una botella de gaseosa dentro de un profundo mar.
(Versión totalmente libre de una epifanía vital revelada en el episodio 6 de In Treatment, -otra obra maestra de la HBO- entre Paul y Laura)
Creo que yo también sufro Aeroembolismo, pero me sumerjo porque es el mal menor, sabiendo que ahi, en las profundidades, imagino lo que quiero, sufriendo en silencio lo que sólo es un sueño. Es la realidad menos mala. Una es asquerosamente real y la otra es asquerosamente irreal. Una es la que obligado vives y la otra la que obligado has de soñar. Te das un descanso. Y si pruebo con huríes las descubro vacías y vacuas y no hacen su efecto. Confío en ser un día mago y hacer real lo irreal, encontrar lo inexistente y que me vacíen las venas de aire. Y sino muera en el intento, que si pides poco, puedes hacer del camino un fin.