En mi continuo deambular por la red, me encuentro con una botella de agua que cuesta 40 dólares. Sin saber qué mecanismo neurológico me conduce a ello, me viene la imagen de un transvase del Ebro a cincuenta euros cada medio litro. Casi simultáneamente, me asalta otro fogonazo: el del problema del agua en África, y me imagino a una mujer que tenga que recorrer diez kilómetros con un cántaro en la cabeza que, volviendo cansada al poblado, sonríe a su hijito con el vientre hinchado por la hambruna, le sirve un poquitín de agua y, sonriendo, le dice: «Son diez dólares, mi vida». La Expo de Zaragoza tendrá como reclamo, seguramente, a unos cuantos equilibristas, unos encima de otros, lanzándose entre sí botellas de agua como si de bolos se tratase para metaforizar el agua y su importancia para el desarrollo sostenible. En los ensayos, seguramente, se les caerán un par de docenas de botellines diseñados por D&G y a Belloch le dará un amago de infarto. Todo aquel caminante, insaciable en su sed tras una lucha denodada contra el destino, tendrá que seguir obligatoriamente los consejos de los catadores (de agua): lo primero, apreciar si es transparente o brillante (fase visual); lo segundo, dirimir si es agradable o terrosa (fase olfativa); lo tercero, mediar entre su dureza, acidez, nivel alcalino o su gusto agradable (fase gustativa). Por lo tanto, nada de pegar un trago de agua sin más. Seguramente, al viajero le decepcionará que en el manual de catador de aguas no figuren los sentidos del tacto y del oído.
Todos sabemos que eso de que en el colegio no te cuentan más que mentiras empieza a descubrirse cuando un profesor te dice que el agua es incolora, inodora e insípida. Es el momento en el que descubres que la escuela está muy lejos de la realidad. Por lo menos, de la realidad de tu grifo. Y, si vives en Salou, ni te cuento. Como el profesor de Matemáticas sea el mismo (que suele serlo), desconfiarás del teorema de Pitágoras toda tu puñetera vida. Luego viene el mismo profe y te dice que estamos hechos de agua al sesenta por ciento (aquí los porcentajes son aproximados). Te miras los brazos, los aprietas hasta que se te ponen morados (como los ahogados: eso te hace sospechar) y llegas a la conclusión que sólo un tercio de ti mismo te separa de una asquerosa medusa de agua salada.
Con las botellas de agua a cuarenta dólares, los capitanes de barcos fluviales miran erguidos el horizonte con orgullo un río de oro, mientras que los sufridos capitanes de la marina mercante contemplan desolados (o desalados) las grandes plantas desalinizadoras. Jorge Manrique, orgulloso desde la tumba por aquello de sus Coplas de pie quebrado (y eso, porque no se ha enterado de que Jiménez Losantos habla de él), viviría ahora angustiado pensando que los versos «Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir» suponen un continuo derroche de dólares perdidos y sin embotellar.
El agua, como metáfora de la vida, ha pasado a ser la metáfora del rey Midas. Y todos nosotros, condenados a pagar quince céntimos por chuparnos un dedo. Mientras tanto, siempre nos quedará el chascarrillo obsceno:
«Agua Bezoya.
Entra por la boca y sale…
… muy bien de precio
(La imagen es de Plateada. Le agradezco que me haya dado permiso para publicarla en este blog)
El otro día oí que la cantidad de agua que hay en el planeta es constante, siempre es la misma, lo que pasa que se transforma continuamente, eso da mucho, muchísimo que pensar… ahora uso una jarra que con un filtro que se cambia mes a mes, el agua del grifo no tiene sabor y yo la bebo mas contenta, ¿me estaré bebiendo la porción de agua que formó parte alguna vez de alguien? ¡seguro!
Ya lo dijo Tales de Mileto: Todo es agua, todo gira en torno al agua.
¿Y sabiendo que las 3/4 partes de nuestro cuerpo son agua, no llegará el triste día de los campos de cultivo de humanos para extraer tan preciado líquido?….
En mi vida tan acomodada nunca me he cuestionado la compleja simplicidad de llenarme un vaso de agua, del grifo de mi cocina. Lo más ha sido pagar tres euros por un botellín de agua en esta, nuestra ciudad, aunque no los pagé yo, menos mal.
Que lejos nos quedan estos problemas y no por la distancia que nos separan en kilómetros de aquellos países a los que les afecta esto. Otras distancias se hacen más peligrosas…
Acabaremos pegándonos por el agua. De hecho, ya lo estamos haciendo, incluso aquí donde hoy por hoy nos sobra. Pero vienen malos tiempos con ese tema. Un saludo
Llevo días alejado de la red… y echaba de menos la visita a "Verba Volant".
Y descubro que compartimos opiniones monárqicas y acuíferas.
Un abrazote.
P.S. Esto lo digo después de dedicar la semana a trabajar en la depuradoras de Calahorra y Covaleda.
Cuanta razón tienes. Leyéndote [afortunadamente somos de los pocos privilegiados del planeta que "aun" no pasamos sed] me has dado una sed anímica que no se que puedo beber para calmarla.
Saludos