Lo dice Vicente Verdú en su espléndido artículo «El soñado cuerpo de los otros»: a nuestra salud le sienta bien el hablar con los demás. Nuestro aislamiento y nuestras tercas fronteras se ablandan y matizan gracias al contacto en diálogo con los otros cuando hablamos de nuestros problemas. El artículo de Verdú nos recuerda, además, las ideas del magnífico psiquiatra Eugenio Borgna, especialista en enfermedades nerviosas, que pone el acento de sus teorías en la necesidad de recobrar el «espacio del alma» y la intersección de nuestro espacio anímico con el de los demás. Surge, entonces, un cuerpo social más nutrido de emociones sinceras. Surge, entonces, un individuo que ya no está menoscabado por una interiorización narcisista.
El diálogo y el contacto surge, a veces, como una reflexión en torno a nuestro propio cuerpo, tal y como señala Laura Restrepo en una divertidísima disertación en torno a la depilación. Yo nunca he pasado por el trance, así que sólo me hago una pequeña idea de lo que supone cuando agarro algún pelillo de la nariz y lo estiro lentamente a su desesperación (pero ese es un acto narcisista y perverso perpetrado ante el espejo). La depilación supone entrega y confrontación a partes -nunca mejor dicho- iguales. Quiero creer que las empleadas (o empleados) de los centros de depilación son los nuevos psicoanalistas de nuestro tiempo. Por de pronto, desnudas tu alma y, como poco, tus pantorrillas. Y te expones ante la incertidumbre del dolor certero. Tus miedos quedan en el grito o en el gesto arrugado. Y, mientras, alguien te va seccionando poco a poco la epidermis y tus sentimientos. No quiero caer en pormenores burdos, pero no sería extraño desvelar un poco de tu vida si dices: «Pues mira, me vas a depilar por ahí, y me lo vas a dejar con la M de mi Manolo». La depilación se manifiesta como el antes (peludo) el ahora (doloroso) y el después (desnudo y limpio) de nuestras vidas. Además, no hay depilación sin un porqué: la exhibición social, el baño púb(l)ico, la escena íntima. Todo un compendio de futuros diálogos, mudos o explícitos, con los cuerpos de los otros. «Mira, Manolín, lo que me han hecho». A lo que Manolo, que es muy bruto, espetará: «Pero esa M, ¿es mayúscula o minúscula?. Conchi, Conchi».
Y es que, del «espacio del alma» al «espacio del cuerpo», hay sólo cuatrocientos once pelos de diferencia. Como las palabras de esta entrada.
(La foto es de ArteSana*)
Qué duro lo tenéis las mujeres, Mafaldia…. Me duele solo de pensarlo. Aunque, ya puestos a hacernos daño, las revisiones prostáticas y las sondas exploradoras masculinas deben ser la pera…
què bueno!!! todo el escrito es genial, manteniendo la figura para no quejarse mucho cuando te están haciendo una daño de mil pares de narices, que la situación las manda, pero bueno no se porqué también lo relacionaria con la visita anual a la revisión ginecológica (citología, mamografía) manteniendo el tipo (lo que queda de él), anda que estaría bueno ir con la M de Manolo…