Recibo un nuevo correo de mi visitante adicta a los garbanzos negros. Siempre enigmática, comienza su mensaje: «Felicidades, moreno. Has llegado a tu entrada 103. Espero que rehogues tus guisos a partir de ahora con un buen coñac mejor que con un mal brandy». Ya sé un poco más de ella: firma como estoyalli, y lo explica: «No es cuestión de meterse en la lógica de Coco en Barrio Sésamo, pero no estoy aquí, donde estoy yo, sino allí, donde me necesitan. Soy una especie de demonio de la guarda, envuelta en llamas y rociada de la tinta del chipirón, por si me intentan atrapar». No dejo de sorprenderme de que alguien esté tan pendiente de este blog disperso. Y estoyalli se mantiene fiel y firme en su lectura de la misma manera que se mantiene fiel y firme en su propósito de no comentar dentro de Verba volant, pese a que no le disgustó que, sin su permiso (todo hay que decirlo) hablase aquí de sus confidencias en torno a lo que significa sentirse un garbanzo negro en esta vida: «No estoy de acuerdo con que alejes el color verde de tu vida, moreno. Recuerda que el potaje de garbanzos se hace con espinacas. Y no desesperes con la falta de sal de la existencia, porque este guiso lo adereza el bacalao». Todavía no he contestado a su correo, del que me salto muchas líneas, pero me gustaría decirle que el alias estoyalli es una utopía: uno no puede ubicarse en un sitio distinto del que se encuentra, se trataría de un oxímoron existencial. Aunque ella, sin conocer mis objeciones, parece tenerlo claro: «Y lo mismo ahora estoy allí como estoy aquí. Es lo mismo. No existe ni el antes ni después, ni arriba ni abajo, ni blanco ni negro. Todo se difumina en escalas de grises y paletas de colores, en la magia del hipervínculo y del enlace».
Acaba su correo con estas palabras: «Ahí va un regalo de cumple-entradas para que lo añadas en la tuya, garbanzo moreno. Y te dejo, ni más ni menos, que en manos de Shakespeare en Hamlet. Quiero, si puede ser, que lo pongas como fin de tu entrada 103. Me gustaría que lo comentaras. Y que me lo dediques, que me lo merezco. Un saludo».
Vuelan mis palabras, queda el pensamiento.
Palabras vacías no suben al cielo.
Pues nada, cumplo con sus deseos:
Me gustaría que estas palabras de Verba volant planeasen como la gaviota de la foto de la entrada, sin saber si remontarán definitivamente el vuelo o se enfrentarán en la eternidad al mar y sus paralelismos. Y volando hacia un horizonte siempre abierto, pero siempre difuso, en un día de nubes y neblina. Un saludo, chipirón negro (yo prefiero llamarte así, aunque estés aquí).
Cogiendo el rábano por las hojas, querido Raúl, conozco muchos que viven en ese oxímoron y están más allí que aquí. A veces, para nuestra suerte.